miércoles, 1 de abril de 2015

24. CASO MACBA: ¿EPPUR SI MOUVE?

Eppur si muove”, podríamos decir ante la polémica suscitada estos días en el MACBA, museo público de la ciudad de Barcelona donde se supone que se agita el arte contemporáneo más que en ningún otro lugar en Cataluña. Pero lo que se mueve no son la Tierra y los planetas alrededor del Sol, como demuestra la teoría heliocéntrica defendida en su día por Galileo frente al tribunal de la Santa Inquisición (donde se pronunciaron dichas palabras), sino la esfera cultural, que por lo demás hacía tiempo que parecía anestesiada. ¡La cultura está viva, aleluya!

Por ello, aunque la causa de tal movimiento sea que unos aguerridos comisarios artísticos hayan visto cercenada su libertad de elección (y el resultado del sainete que dichos comisarios hayan acabado defenestrados, y el director causante de la polémica también), tal vez esta no sea tan mala noticia como la pintan. Sería deseable que a este pinchazo a la línea de flotación de las instituciones culturales públicas sepamos sacarle partido y no sirva para hundir aún más nuestra moral, que ya anda bastante de capa caída con la crisis, el IVA y la poca estima que algunos gobernantes parecen tenerle a la cultura en general.

Que una escultura poco amable, o directamente de muy mal gusto, de la artista austriaca Ines Doujak y el británico John Barker, crítica con el concepto de soberanía política, haya llevado a Bartomeu Marí, director del MACBA, a desautorizar a los comisarios hasta el punto de querer retirarla de una muestra a punto de ser inaugurada, aunque luego accediera a incluirla, puede leerse de dos maneras: como un mero ejercicio de censura (ya de por sí grave) o como un ejemplo, con luz y taquígrafos, de los muchos casos de censura y autocensura que se dan a la sombra de nuestro tejido cultural. Me inclino por lo segundo, a riesgo de pecar de pesimista.

Hace demasiado tiempo, o quizás desde siempre, que nuestro mundillo cultural se rige por leyes de sometimiento y acatamiento que lo mantienen atado de pies y manos a poderes fácticos espurios; me refiero tanto al reparto de las ayudas públicas como al mecenazgo y a los demás mecanismos de desempoderamiento con que debe lidiar (fundaciones, consorcios y patronatos, que raramente saben mantener la debida distancia y limitarse a servir de colchón).

Órganos públicos y privados que no sueltan las bridas, que no entienden que su función no es dirigir sino garantizar que la cultura se ejerza en plena libertad, persiguiendo la excelencia y no la apuesta servil. Es bien cierto, como decía, que la escultura de la discordia, dedicada a constatar la asimetría entre Europa y América Latina, no destaca precisamente por su elegancia, aunque no fuera tampoco muy glamuroso que digamos el urinario de Duchamp, hoy un clásico. La belleza no forma parte del canon del arte moderno, y no por ello deja este de cumplir su función, que es agitar.

Dicho lo cual, a esta pieza le ha sucedido lo mismo que al citado urinario (bautizado por el artista como “La fuente”), que allá por el año 1917 fuera rechazado por la Sociedad de Artistas Independientes. Claro que le ha sucedido ¡un siglo después!, cuando se supone que somos todos ya algo más sabios en materia cultural, empezando por los poderes públicos. Era de esperar que los comisarios de “La bestia y el soberano” (tanto los españoles Valentí Roma y Paul B. Preciado, como los dos profesionales del WKV de Stuttgart) se pusieran farrucos, y también que el sector artístico barcelonés se rasgara las vestiduras. Y ello no podía llevar más que a la difusión máxima (redes sociales incluidas) y, al cabo, a que el director rectificara su decisión, dándose “aparentemente” por vencido. Ese final en forma de ajuste de cuentas, sin embargo, me temo que deja mucho que desear.

Me atrevo a decir que no, que no es así como se deben dirimir en cultura las diferencias, y menos en un ámbito como el del arte contemporáneo en el que supone que debe de primar la potenciación del espíritu crítico. Si un museo contrata a comisarios que de todos es sabido que se oponen al sistema del arte imperante y que son capaces de dinamitar un museo desde dentro, ya sabe a qué atenerse. Hablamos de quienes han programado a Carol Rama y a Osvaldo Lamborghini (bastante prescindible la muestra de este y magnífica exposición la de aquella), no de los artífices de una exposición de Velázquez. Y para colmo, aún hoy, las autoridades insisten en que no entrará profesional del sector en el Consorcio del MACBA: ¡craso error!

Si fuéramos listos (que está visto que no lo somos), la polémica de dichosa la escultura sería una excusa perfecta para revisar la actual ausencia de separación de poderes en el mundo del arte y de la cultura en general (calco exacto de la existente entre los poderes político y financiero, gran mal actual). En mi ingenuidad imaginaba un mejor final para la discusión: quizás un multitudinario debate en el Auditorio del MACBA, o mejor aún en la misma plaza, con participación del público incluida, en la que se argumentaran punto por punto las dos posturas: estatua sí o estatua no. Algo así como las batallas dialécticas del siglo XVIII, no en vano llamado el Siglo de las Luces. E insisto, colocar la estatua de marras en el centro hubiera sido un acierto.

La ciudad de Barcelona merece torneos dialécticos como ese, en los que sí se planteen de verdad las cuestiones que afectan al mundo del arte, un universo en perpetua transformación donde las reglas no existen porque en reinventarlas día a día consiste precisamente su tarea. Y mejor imposible tratándose esta vez de una exposición que cuestiona precisamente eso, el poder y la soberanía; de una exposición en la que la bestia es el sur, la diferencia, la feminidad o cualquiera de sus variantes, y el soberano el norte, el dominio y la masculinidad.

Y al hilo de estos conceptos ancestralmente enfrentados, valdría la pena aprovechar este momento de reflexión común (aunque sea reflexión silenciosa) para comenzar a revertir otros yerros mayúsculos, como la perpetuación en el arte del modelo androcéntrico, con una participación de la mirada femenina altamente residual. Les emplazo a otro debate interesante en la plaza del MACBA. Podríamos situar en el centro una caja vacía, pues vacíos de obras de mujer están casi los museos públicos, incluido el MACBA.