“Eppur
si muove”, podríamos decir ante la polémica suscitada estos días en el
MACBA, museo público de la ciudad de Barcelona donde se supone que se agita el
arte contemporáneo más que en ningún otro lugar en Cataluña. Pero lo que se
mueve no son la Tierra y los planetas alrededor del Sol, como demuestra la
teoría heliocéntrica defendida en su día por Galileo frente al tribunal de la
Santa Inquisición (donde se pronunciaron dichas palabras), sino la esfera cultural,
que por lo demás hacía tiempo que parecía anestesiada. ¡La cultura está viva,
aleluya!
Por ello, aunque la causa de tal movimiento
sea que unos aguerridos comisarios artísticos hayan visto cercenada su libertad
de elección (y el resultado del sainete que dichos comisarios hayan acabado
defenestrados, y el director causante de la polémica también), tal vez esta no
sea tan mala noticia como la pintan. Sería deseable que a este pinchazo a la línea
de flotación de las instituciones culturales públicas sepamos sacarle partido y
no sirva para hundir aún más nuestra moral, que ya anda bastante de capa caída
con la crisis, el IVA y la poca estima que algunos gobernantes parecen tenerle
a la cultura en general.
Que una escultura poco amable, o directamente
de muy mal gusto, de la artista austriaca Ines Doujak y el británico John
Barker, crítica con el concepto de soberanía política, haya llevado a Bartomeu
Marí, director del MACBA, a desautorizar a los comisarios hasta el punto de
querer retirarla de una muestra a punto de ser inaugurada, aunque luego
accediera a incluirla, puede leerse de dos maneras: como un mero ejercicio de
censura (ya de por sí grave) o como un ejemplo, con luz y taquígrafos, de los
muchos casos de censura y autocensura que se dan a la sombra de nuestro tejido
cultural. Me inclino por lo segundo, a riesgo de pecar de pesimista.
Hace demasiado tiempo, o quizás desde
siempre, que nuestro mundillo cultural se rige por leyes de sometimiento y
acatamiento que lo mantienen atado de pies y manos a poderes fácticos espurios;
me refiero tanto al reparto de las ayudas públicas como al mecenazgo y a los
demás mecanismos de desempoderamiento con que debe lidiar (fundaciones, consorcios
y patronatos, que raramente saben mantener la debida distancia y limitarse a
servir de colchón).
Órganos públicos y privados que no sueltan
las bridas, que no entienden que su función no es dirigir sino garantizar que
la cultura se ejerza en plena libertad, persiguiendo la excelencia y no la
apuesta servil. Es bien cierto, como decía, que la escultura de la discordia,
dedicada a constatar la asimetría entre Europa y América Latina, no destaca
precisamente por su elegancia, aunque no fuera tampoco muy glamuroso que
digamos el urinario de Duchamp, hoy un clásico. La belleza no forma parte del
canon del arte moderno, y no por ello deja este de cumplir su función, que es
agitar.
Dicho lo cual, a esta pieza le ha sucedido lo
mismo que al citado urinario (bautizado por el artista como “La fuente”), que
allá por el año 1917 fuera rechazado por la Sociedad de Artistas Independientes.
Claro que le ha sucedido ¡un siglo después!, cuando se supone que somos todos
ya algo más sabios en materia cultural, empezando por los poderes públicos. Era
de esperar que los comisarios de “La bestia y el soberano” (tanto los españoles
Valentí Roma y Paul B. Preciado, como los dos profesionales del WKV de
Stuttgart) se pusieran farrucos, y también que el sector artístico barcelonés
se rasgara las vestiduras. Y ello no podía llevar más que a la difusión máxima
(redes sociales incluidas) y, al cabo, a que el director rectificara su
decisión, dándose “aparentemente” por vencido. Ese final en forma de ajuste de
cuentas, sin embargo, me temo que deja mucho que desear.
Me atrevo a decir que no, que no es así como
se deben dirimir en cultura las diferencias, y menos en un ámbito como el del
arte contemporáneo en el que supone que debe de primar la potenciación del
espíritu crítico. Si un museo contrata a comisarios que de todos es sabido que
se oponen al sistema del arte imperante y que son capaces de dinamitar un museo
desde dentro, ya sabe a qué atenerse. Hablamos de quienes han programado a Carol
Rama y a Osvaldo Lamborghini (bastante prescindible la muestra de este y
magnífica exposición la de aquella), no de los artífices de una exposición de
Velázquez. Y para colmo, aún hoy, las autoridades insisten en que no entrará
profesional del sector en el Consorcio del MACBA: ¡craso error!
Si fuéramos listos (que está visto que no lo
somos), la polémica de dichosa la escultura sería una excusa perfecta para
revisar la actual ausencia de separación de poderes en el mundo del arte y de
la cultura en general (calco exacto de la existente entre los poderes político
y financiero, gran mal actual). En mi ingenuidad imaginaba un mejor final para
la discusión: quizás un multitudinario debate en el Auditorio del MACBA, o
mejor aún en la misma plaza, con participación del público incluida, en la que
se argumentaran punto por punto las dos posturas: estatua sí o estatua no. Algo
así como las batallas dialécticas del siglo XVIII, no en vano llamado el Siglo
de las Luces. E insisto, colocar la estatua de marras en el centro hubiera sido
un acierto.
La ciudad de Barcelona merece torneos
dialécticos como ese, en los que sí se planteen de verdad las cuestiones que
afectan al mundo del arte, un universo en perpetua transformación donde las
reglas no existen porque en reinventarlas día a día consiste precisamente su
tarea. Y mejor imposible tratándose esta vez de una exposición que cuestiona
precisamente eso, el poder y la soberanía; de una exposición en la que la
bestia es el sur, la diferencia, la feminidad o cualquiera de sus variantes, y
el soberano el norte, el dominio y la masculinidad.
Y al hilo de estos conceptos ancestralmente
enfrentados, valdría la pena aprovechar este momento de reflexión común (aunque
sea reflexión silenciosa) para comenzar a revertir otros yerros mayúsculos,
como la perpetuación en el arte del modelo androcéntrico, con una participación
de la mirada femenina altamente residual. Les emplazo a otro debate interesante
en la plaza del MACBA. Podríamos situar en el centro una caja vacía, pues
vacíos de obras de mujer están casi los museos públicos, incluido el
MACBA.