lunes, 2 de diciembre de 2013

10. ADOLESCENCIA Y VIOLENCIA MACHISTA

Mientras suceden cosas tan absurdas y trogloditas como que un numeroso grupo de intelectuales franceses (¡tipos leídos!) se lance a defender el consumo de prostitución, haciendo gala de una falta de empatía colosal para con aquellas mujeres que la ejercen no por gusto sino por no tener otro modo de vida (que son las más), resulta que las adolescentes voluntariamente se maquean, se visten, se peinan y lo que haga falta para parecer eso, putas, mientras ellos, los adolescentes, se asemejan cada vez más a vulgares chulitos de discoteca. Supongo que cada tiempo histórico tiene su retrato y que mientras en los 80 la rebeldía era la imagen de la juventud, ahora lo es el desconcierto.

En esta tesitura, donde tan culpable es la publicidad sexista como otros condicionantes y estímulos de los que nuestra sociedad se nutre, la apariencia de esos chicos y chicas que siguen la estela de sus ídolos juveniles, no se revela una inocua manifestación de la moda, sino que oculta un trasfondo altamente preocupante: el de la perpetuación de los roles de dominación y sumisión. Ellos, machos dominantes, están ansiosos por ejercer su poder sobre las hembras sumisas, tiernas jóvenes vestidas con ropas ciertamente incómodas: cuñas altísimas, ropa super apretada, la larga melena que se come la semanada en suavizante y maquillaje a mansalva (por mucho que Sephora insista en la práctica del descuento). Patrones de conducta que se multiplican como los piojos, con nefastas consecuencias.

Y es que, como era de esperar, la propagación de dicha dinámica ha llevado a hacer crecer la alarma por la violencia machista en tan tierna franja de edad. Llueve para colmo sobre mojado, pues lo hace en un país en el que el 10,7% de las mujeres ha sufrido maltrato alguna vez en su vida, y en un país que desde 2010 ha bajado del puesto 11 al 30 en el ranking de igualdad del Informe sobre brecha de género del Foro Económico Mundial. ¡Cómo para no preocuparse!
Las estadísticas advierten que aumenta la cifra de chicas adolescentes acosadas por sus parejas y la Fiscalía de Menores alerta del aumento de las causas judiciales por razones de violencia de género en adolescentes de entre 15 y 17 años. Eso genera una realidad peligrosa, en la que un 4% de las chicas han sido agredidas por el chico con el que salían (¡o aún salen, socorro!). Mientras al parecer un 21% de los adolescentes cree firmemente que los hombres no deben llorar bajo ningún concepto: metrosexuales en apariencia que en lo más hondo ocultan machos alfa del Neandental. Poco que ver, pues, con la idea de sociedad de la convivencia y de la igualdad que debiera reinar en pleno siglo XXI.

Estos que viven sumergidos en roles anticuados y mensajes contradictorios, son chicos y chicas que buena parte del día, y de la noche, lo dedican a comunicarse a través de las nuevas tecnologías, zambullidos en lo bueno y en lo peor de las redes sociales, convertidas lamentablemente más en enemigos que en cómplices. Según las cifras que ofrece un recientísimo estudio de la Complutense encargado por la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género, un 25% de las chicas dice que su novio las vigila vía telefónica: sexismo a golpe de Whatsapp, se llama eso. Claro que también Twitter, Facebook & Cia son herramientas ideales no sólo para saber qué hace nuestra pareja, sino también toda nuestra parentela y todas nuestras amistades, siempre y cuando sean de los que se pasan el día enganchados a las redes. No somos conscientes, pero estamos gestando una generación de adictos a las pantallitas que devendrá en una generación de completos autistas.
“La vida es eso que pasa mientras estás entretenido mirando el Facebook”, hubiera dicho John Lennon de vivir en estos tiempos tan necios en que vivimos, donde hasta el aparentemente más lúcido se dedica a retrasmitir las conferencias a las que asiste o las películas que ve como si nos importara un carajo. La desgracia es que las nuevas tecnologías, lejos de ayudar a convertirnos en seres más libres, nos esclavizan. De ahí que sean un feudo ideal para los celotípicos, esos celosos compulsivos que en todo momento quieren saber qué hace ella y con quién va. Y aquí volvemos a los adolescentes, que en las redes hallan la excusa perfecta para repetir esquemas de poder que sus abuelos ya habían olvidado. La situación es tan grave, que ya se están tomando medidas para la sensibilización y prevención en ese campo y la Generalitat, por poner un caso, ha puesto en marcha el programa dirigido a adolescentes “Amar no hace daño. Vive el amor libre de violencia”.

Resulta tan poco racional que a estas alturas aflore esta problemática como que se repitan brotes de tuberculosis, una enfermedad que parecía aquí ya erradicada. Y es por ello, por inesperada, que la realidad de la violencia de género entre los más jóvenes no cuenta aún con la concienciación necesaria. Hemos criados a los chicos y a las chicas no sólo en un estado del bienestar que los hace muy poco aptos para desenvolverse en tiempos peores, sino también en imaginarios colectivos donde el respeto al otro deja muchísimo que desear y donde la igualdad de género brilla por su ausencia y el sexismo asoma en cada esquina. Así, el concepto de amenaza o agresión también ha quedado diluido a golpe de “Sálvame” o cosas peores. Si entre compañeros de programa se llaman de todo, se insultan y hasta tienen costumbre de llevar al otro al borde de las lágrimas, decirle a la novieta zorra, calientapollas o corta mental debe de ser una caricia.
¿De quién es la culpa, pues, de que los adolescentes, los jóvenes en general, estén repitiendo no lo que ven en sus casas y en las calles sino en la televisión, esa pantalla que todo lo magnifica? Mientras sus padres han aprendido a poner una lavadora y a cocinar, y hace tiempo que establecen con sus parejas y sus compañeras de trabajo relaciones de igualdad, ellos (con el cerebro aún moldeable) contemplan anuncios en los que las mujeres usan tacones altísimos hasta para pasear el perro y telediarios en los que las presentadoras son obligadas a usarlos; contemplan programas de televisión en los que ellos parece que se vayan de botellón y ellas estén a punto de entrar en un club de alterne; y ven películas en las que sólo aparecen desnudos integrales femeninos, jamás masculinos.

Que aumente la violencia machista entre los adolescentes es pues tan sólo el reflejo del machismo que se visiona en las pantallas, la consecuencia no de una sociedad que ha ido a la deriva sino de una sociedad que no ha sabido encarrilar sus elementos de sociabilización (televisión, cine…) basándose en criterios de igualad de género. Y eso ha sucedido por la sencilla razón de que esos criterios no estaban aún bien asentados y no se ha priorizado en ellos como se hubiera debido. Pero son vidas las que estás en juego, vidas truncadas como las de esas 700 mujeres que han muerto en la última década a manos de sus parejas o ex parejas (42 en lo que va de año), o las vidas de todas esas adolescentes que se harán mujeres sin saber que su dignidad y sus derechos son iguales a los de sus compañeros.
Por culpa de las malditas pantallas, y del mal uso que se hace de ellas, siguen saliendo vencedores, pues, los herederos de siglos de machismo, esos que Ricardo de Querol (uno de los coordinadores del blog “Mujeres“ de El País, donde colaboro) deja retratados en El posmacho desconcertado, editado por El País.

sábado, 2 de noviembre de 2013

9. EL TRIUNFO DE LA MEDIOCRIDAD

Le podemos llamar adiós al talento en homenaje a Adiós a la Universidad, el sabio ensayo del asimismo sabio Jordi Llovet, que desprende siempre un aroma a azufre cultural; o bien el triunfo de la mediocridad, haciéndole un guiño a la película de Leni Riefenstahl El triunfo de la voluntad, que plasmaba el resurgir del nacionalismo alemán y el fortalecimiento de su ejército. En ambos casos será lo mismo: un grave problema que nos asola y al que no se presta la debida atención, si no es para mentar la llamada “fuga de talentos”, que como es evidente la crisis ha agudizado de un modo preocupante y no vamos por supuesto a soslayar.

Claro que en estos años de pensamiento confuso, que circula a años luz de los datos y suele estar dictado por la ciega obediencia política, la avidez de prebendas y/o la escasa capacidad cogitativa (en el sentido aristotélico del término), ¿quién iba a ocuparse de algo de tan ardua medición como el aumento de los índices de mediocridad? Estamos demasiado entretenidos midiendo las colas del paro, el descenso del poder adquisitivo y los eurípides que nos han robado nuestros gestores públicos.

Sí se alcanza a medir, en cambio, el IDH (Índice de Desarrollo Humano), hallándose Finlandia en uno de los puestos con mayor IDH, mientras España, en su costumbre de ir a la cola de tantas cosas (menos en la excelencia de sus paellas y en la bandera azul de algunas de sus playas), anda por el puesto ochenta y pico. Mencionar que el IDH es el resultado de la medición de tres factores: el nivel de vida digno, la capacidad de disfrutar de una vida larga y saludable y, cómo no, el acceso a la educación.

Veamos cómo se comporta Finlandia versus España en materia educativa, que viene a ser como enfrentar al recién traspasado Marcel Reich-Ranicki con Victoria Beckham en una batalla literario-dialéctica; ríase Bernard Shaw de aquella bella señora de pocas luces que imaginaba como sería el hijo de ambos (ella creía que guapo y listo, Shaw –poco agraciado- que todo lo contrario).

En estos tiempos en que la marea verde se agita con brío (y con muchas razones de peso) al ritmo del descontento por unos recortes, ya ejecutados, y por unos cambios, ya anunciados, que nos llevarán casi con certeza al fondo del barranco, parece oportuno recordar al que viene siendo uno de los sistemas educativos más valorados, el finlandés, en el que incluso los peores alumnos están a años luz de los peores alumnos de países como el nuestro. Por no hablar de su sana costumbre de educar igual al hijo de un gran empresario que al de un parado, cosa que lleva a corregir, que no limar, las desigualdades.

Esta Finlandia (ejemplar en casi todo menos en intensidad solar y censo de suicidios), que ostenta un lugar muy prominente en el informe PISA (Program for International Student Assessment o Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes), hace gala de una inversión pública máxima (donde son gratuitos hasta el transporte, las comidas y el material escolares), una excelente formación de maestros con elevados salarios, un contexto agradable y unas condiciones óptimas, pocos estudiantes por clase, la capacidad de despertar el compromiso en los alumnos y una evaluación motivadora.

Dicho esto, aunque suene extraño parece ser que en los 90 se dieron en Finlandia unos recortes en educación que resultaron gravemente lesivos, lo que dio lugar a lo que hoy allí llaman “la generación perdida”. Dejando de lado que aquí podríamos considerar que todas nuestras generaciones han sido “perdidas”, dado que los grados de analfabetismo antes de la Guerra Civil eran notables, muy cuestionable la escuela franquista y claramente deficitaria la democrática (a la vista de los resultados, de los que devienen cifras de visionado de televisión de cuatro horas diarias por ciudadano), vayamos al ahora.

Mientras en Finlandia se dedican a lo que se llama igualar por abajo, con tan excelentes resultados, aquí nos proponen mejoras en la educación de las élites (con un tufillo franquista que da miedito). Mientras se impone la reeducación de los miles de parados que abandonaron los estudios para subirse a un andamio y realizar tareas afines, aquí en el INAEM se dan cursillos de informática y cuatro chorraditas más, sin ninguna visión global: es decir, se da un pescado, o dos, pero no se enseña a pescar. Y mientras los países avanzan gracias, casi exclusivamente, a su inversión en I+D, aquí sembramos la miseria en organismos como el CSIC (cuya misma existencia amenazan los recortes), cerramos líneas de investigación, dejamos de dotar programas y nos echamos a dormir.

La lástima es que no se tenga en cuenta el contexto en que esto se produce: no en el seno de una sociedad fuerte, de individuos bien pertrechados en conocimientos y mecanismos de superación (capaces de salvar cualquier bache por profundo que este sea), sino en el de al menos dos generaciones (las que tienen, aproximadamente, unos 45 y unos 15 años) educadas en la mullida sociedad de consumo, a la sombra del desarrollismo más galopante y de la conquista proletaria del estado del bienestar; es decir, dos generaciones de perfectos animales biológicamente diseñados para ignorar la existencia de la cultura del esfuerzo y darse de bruces con el fracaso por culpa de haber sido educados para el triunfo.

Así las cosas, se auguran lustros de feo semblante y peor porvenir, donde aquellos que fueron educados para el consumo (y poco más) seguirán creyendo que fueron educados en el cultivo del talento –de los talentos-, mientras el espejo les devuelve una realidad que apesta a falta de preparación y a mediocridad por todos lados: jóvenes, y no tan jóvenes, con coches tuneados y tupé que apenas saben redactar un currículo o articular una presentación en público; y otros que, abrigados en títulos, jamás probaron el sabor de los trabajos precarios cuando les correspondía, o sea en la tierna juventud, y que ahora, ya a las puertas de las primeras canas, se enfangan en ellos a falta de otra cosa, volviendo al redil familiar y lo que haga falta.

De aquellos barros, estos lodos; cobramos pues la presa que cazamos en estas últimas décadas: la de haber educado no para la vida sino para el mercado, con la telebasura como elemento de cohesión social y cantera de predicadores, y el más zafio famoseo como modelo. Y es que mientras gira la noria no se ve quién en quién, pero ahora que el decrecimiento ha revelado unas bolsas de mediocridad que espantan, sí podemos ver con nitidez hasta la marca de cada jersey. Educados en la falta de ética y en la superficialidad, en nuestro país “de servicios” cada vez cuesta más encontrar camareros que sepan servir un café o conductores de autobuses públicos que no lleven la radio a tope o funcionarios que hagan bien su trabajo; que no será de encontrar relevo para nuestros mediocres políticos.

No dudo que haya jóvenes sobradamente preparados, y que sea una lástima que emigren por obligación y no por gusto, pero eso no es peor mordisco para el país que seguir adocenados en el elogio de las princesa de barrio, la incultura del último Iphone o el creciente, y aplaudido, neomachismo (que incluso entre adolescentes fomenta el maltrato). Porque esto que se ha hecho aquí, ministro Wert, no ha sido igualar por abajo sino igualar por lo más bajo.

Años de mediocridad que nos traerán más años de mediocridad, con la salvedad de que en pleno crecimiento aún tiene oportunidad de asomar el talento individual, pero donde se apaga la luz es difícil que brille ni la más fulgurante lentejuela.

domingo, 13 de octubre de 2013

8. CARTA ABIERTA A JAVIER CERCAS, SUSO DE TORO Y ALGUNOS OTROS

Le copio la fórmula al escritor mallorquín Sebastià Alzamora, que publicó en el diario Ara un artículo titulado precisamente “Carta abierta a Javier Cercas”, en el que respondía a otro que este había publicado bajo el título “Democracia y derecho a decidir” (El País, 13/09/2013). Y es que septiembre ha sido un mes fructífero en esto de que los escritores opinen sobre las aspiraciones soberanistas de Cataluña, pues entre otros lo han hecho también Suso de Toro en “Admiremos a Cataluña” (El diario.es, 12/09/2013), Elvira Lindo en “Un silencio elocuente” (El País, 15/09/2013) e incluso Mario Vargas Llosa en “El derecho a decidir” (El País, 22/09/2013); ¡qué título más original!

Está visto que en septiembre los escritores andan algo extraviados tras el sopor del verano, sin saber muy bien cómo arrancar su faceta de opinadores, y se lanzan a la piscina de la actualidad con energía sin saber si hay agua, de ahí algunos sonoros batacazos como los de Cercas, Lindo y el mismísimo Vargas Llosa, ¡todo un Premio Nobel de Literatura, quién lo diría! Y es que del citado cuarteto, en este tema que nos ocupa, sólo se salva el gallego Suso de Toro, y con nota bien alta: habría que hacerle un monumento al sentido común, mientras que a los demás debiéramos volverles a enseñar la regla de tres, que parecen haber olvidado. Claro que acaso, como digo, septiembre les haya pillado aletargados…

Decía el escritor argentino Rodolfo Walsh (el autor del inmenso relato que es “Esa mujer”): “El campo intelectual es por definición la conciencia. Un intelectual que no comprenda lo que pasa en su tiempo y en su país es una contradicción andante”. Mientras que, a su vez, Sartre afirmaba: “Un intelectual, para mí, es esto: alguien fiel a un conjunto político y social, pero que no deja de cuestionarlo”. Lejos de ansiar que nuestros intelectuales obedezcan consignas de ningún partido, cabecera periodística o canal de televisión, nos encanta que cuestionen hasta la diaria salida del sol; se nos antoja un ejercicio muy saludable para la que se supone es su misión en la sociedad: invitar a la reflexión. Pero de ello a sembrar la confusión, invitar a la falta de raciocinio y ver al demonio allí donde no está, hay un buen trecho.

Dejando aparte que acaso haya temas de mayor enjundia para estrenar temporada, como por ejemplo el horror sirio (¡glups!), la creciente brecha social, la persistencia del maltrato de género o la amenaza real de la ultraderecha en Europa, empezaré diciendo que Alzamora, por cierto de origen almeriense, debe de ser un señor muy educado, pues si tras leer el artículo de Cercas no le retira el saludo, es que o le debe dinero o algo similar. Yo, por el contrario, que en los últimos años he leído con fruición, y sin excepción, todos los libros de Cercas, estoy por colocarlos junto a los Celine. ¡No se asusten, es broma…! Pero el susodicho y sus desacertadas palabras se las traen. Por un momento, leyéndolo, creí estar leyendo al Cela censor o a alguien aún peor.

En el texto en cuestión, Javier Cercas, catalán de origen extremeño, quien fuera largos años profesor en la Universidad de Gerona, acusa de antidemocráticos a los catalanes (y no catalanes) que defienden el derecho a cambiar las reglas del juego democrático en beneficio de una mayor democracia, tratando para más inri a los lectores como si fuéramos unos mentecatos que no sabemos distinguir la tinta del bolígrafo. Escribe Cercas: “la democracia consiste en decidir dentro de la ley, concepto este que, en democracia, no es una broma, sino la única defensa de los débiles frente a los poderosos y la única garantía de que una minoría no se impondrá a la mayoría”; que viene a ser como decir que, en democracia, la obediencia ciega a la ley es lo único que se espera de la ciudadanía. Y escribe también: “es evidente que, con la ley actual en la mano, los catalanes no podemos decidir por nuestra cuenta si queremos la independencia, porque la Constitución dice que la soberanía reside en el conjunto del pueblo español”.

Sólo le faltaba decir que si un edificio se incendia y te pilla dentro, tienes que respetar la salida de emergencia y no salir, contraviniendo la normativa, mismamente por una ventana (y para colmo rompiendo el cristal)… Se ve que a quien eso hiciera el democrático Cercas lo multaría por vandalismo; ¿multaría también a quienes saltaron desde las Torres Gemelas? No coments, aunque sinceramente esperaba mayor enjundia intelectual del autor de Anatomía de un instante, un impecable mecanismo de relojería. Querido amigo Cercas, no me lo explico, o los Premios Nacionales se suben a la cabeza en forma de nubes cegadoras o bien hacen estragos en el hígado. ¡Hágase la luz y te ilumine un poquito, no vaya a ser que te pierdas en los pasillos de la caverna!

Extrañamente el Premio Nobel peruano, que ya en su día aupó Soldados de Salamina, desde sus ya conocidas veleidades políticas salió en su apoyo, diciendo barbaridades como: “Viví casi cinco años en Barcelona, a principios de los setenta –acaso, los años más felices de mi vida- y en todo ese tiempo creo que no conocí a un solo nacionalista catalán. Los había, desde luego, pero eran una minoría burguesa y conservadora sobre la que mis amigos catalanes –todos ellos progres y antifranquistas- gastaban bromas feroces. De entonces a hoy esa minoría ha crecido sin tregua y, al paso que van las cosas, me temo que siga creciendo hasta convertirse –los dioses no lo quieran- en una mayoría”. Igual podría haber dicho que en estas últimas décadas los catalanes nos hemos convertido en gremlins, por no hablar de su ignorancia en términos de cultura catalana, pues el catalanismo, como sabe cualquier medianamente culto, es de recia y antigua raigambre y no sólo burguesa.

Siendo también una buena lectora de Vargas Llosa, se me cayó a los pies. Decía el vate que aquel era el mejor artículo que había leído sobre “el tema catalán” (¡cuál sería el peor!). ¿No hay nadie que le diga a Vargas Llosa que un Premio Nobel no puede ir por la vida escribiendo sandeces? Y peor aún, hablando de “catástrofe”, diciendo que “el nacionalismo está reñido con la libertad del individuo” y que “ahora España es un país libre, donde la libertad beneficia por igual a todos sus ciudadanos y a todas sus regiones”. ¿A qué se refiere, al pernicioso café para todos?

En la misma línea se manifestó Elvira Lindo, que al parecer conoce a un montón de residentes en Cataluña que andan con miedo en el cuerpo no atreviéndose a “disentir” del “fervor mayoritario” y permaneciendo “agazapados hasta que la tempestad amaine”; será que casualmente yo conozco a todos los restantes, que lo exponen a sus anchas en salones, bares, tertulias televisivas y allí donde les viene en gana, pues tienen todo el derecho. Pero lo peor, casi espeluznante, es que compara el ambiente catalán hoy con la “espesura” del País Vasco en los peores años de ETA o con el silencio de la disidencia cubana, siendo Cuba ¡una dictadura! ¡Estamos locos o se le ha subido a Elvira Lindo el tinto de verano!

I’m so sorry, pero despropósitos al margen (de juzgado de guardia), las ideas de Cercas, Lindo y Vargas Llosa me recuerdan demasiado a esos españoles cazurros que llevan décadas diciendo que no pisarán jamás Cataluña porque los catalanes hablamos catalán y cosas peores. Mientras es fácil encontrar catalanes en cualquier punto de España admirando sus bellezas y, cómo no, su excelente gastronomía. Ellos se pierden nuestro pan con tomate, nuestras gambas de Palamós y hasta El Celler de Can Roca. Y la verdad, que se quede sin ellas también el ínclito Vargas Llosa, por amante de Barcelona que sea.

Por suerte, vino el escritor gallego Suso de Toro a insuflar aire fresco (¡bendito sea!). De Toro es un escritor comprometido (Premio Nacional de Narrativa con Trece campanadas) que al parecer ha abdicado de su condición de escritor en activo, cosa que sólo puede evidenciar una enorme salud mental (dado el aluvión de basura literaria que llega a las librerías todas las semanas). Mientras Cercas & Cia vomitaban esas cuatro chorradas de que les hablo, en “Admiremos a Cataluña” Suso de Toro demostró tenerlos bien puestos. Su artículo ha corrido por la Red como la pólvora (incendiando a unos y aliviando a otros, entre los que me cuento); en él venía a decir, alto y claro, lo que muchos estábamos esperando de boca de los intelectuales con espíritu realmente democrático, que quiero pensar son unos cuantos.

Suso de Toro, a quien desde aquí agradezco como catalana orgullosa de serlo sus lúcidas palabras, dijo resumiendo que la democracia no es esto que nos hacen creer que es (y que llevamos mal que bien arrastrando desde la Transición, que como bien sabemos recompuso lo que pudo de una España rota). No, la democracia no es esto, sino lo que debería ser y algunos están empeñados en que jamás sea. Y esa es la cuestión, y no otra, que Cercas & Cia parecen haber pasado por alto: que los catalanes que claman por su independencia (en un número tan elevado que negarles siquiera la opción a votarla sería un sacrilegio) no quieren esta democracia pacata, corta de talla e irrespetuosa para con las diferencias, sino que quieren otra (más participativa, menos sorda, más real, más al servicio de las urgencias y de los cambios). No quieren, no queremos (en eso me incluyo) una democracia que ha llevado a madrileñizar España, y tampoco una España a la que le urge desmadrileñizarse.

Queridos Cercas & Cia, sucede que hace mucho que perdimos el norte de lo que tiene que ser un estado de derecho y el clamor por la independencia catalana (como lo sería cualquier otra reclamación legítima y pacífica de cualquier sector relevante de la población), lejos de ser una ofensa a los títulos y disposiciones de la Constitución Española, es una valiosísima oportunidad para recuperar el espíritu realmente democrático que no debimos dejar que se nos escapara por el sumidero de los pactos políticos, los chanchullos y el poder de don dinero, ese poderoso caballero. Como decía muy bien dicho Suso de Toro en sus declaraciones con mejores palabras que las mías, la actual España es de un españolismo insultante, de un madrileñismo invertebrado (le hago aquí un brindis a don José) y de una falta de respeto para los pueblos históricos que invita al exilio. ¿Por qué pues dejar, desde la inercia, que perviva así por los siglos de los siglos hasta convertirse en una boñiga irrespirable donde sólo habiten las moscas?

No, que un millón de personas haya salido a la calle ya en dos ocasiones (concretamente en dos Diadas), no es una artimaña política para soliviantar a quienes no se atreven a salir más que para condenar la homosexualidad, el aborto o lamentar la pérdida de las colonias o la muerte de Franco (véase el uso que se sigue dando al Valle de los Caídos y véase dónde pacen ahora los ultras que entraron como animales el 11-S en el madrileño Centro Cultural Blanquerna). Ese pacífico movimiento de ciudadanos y ciudadanas que se hace oír es una invitación a la civilización y no a la barbarie, algo que en un país civilizado daría para enjundiosos debates sobre si la jurisprudencia que instamos a respetar es o no la que corresponde; algo que en un país de Arieles y no de Calibanes sería un motivo de superación y no de censura.

Porque yo también creo que es una idea excelente respetar la ley (y los semáforos y las salidas de emergencia…), pero no al precio de no poderla cambiar si esta no resulta útil, ni justa, ni satisfactoria. En un país civilizado y con cierto nivel cultural, ningún intelectual se atrevería a repetir en un periódico de primera categoría lo mismo que un adolescente sumiso adoctrinado por unos padres cuyo único horizonte de expectativas es obedecer ciegamente al papá Estado que le da de comer. O sea que tarjeta roja a Javier Cercas & Cia y tarjeta verde a Suso de Toro, por haber elevado el debate, sacándolo de la ciénaga de supina incultura en que se halla sumido, tan ramplón y tan cerril que deja claro que si las reglas de juego actuales producen debates tan estériles, es evidente que no nos sirven. Cambiémolas, no en beneficio de la independencia catalana sino en beneficio de todos y de todas, para tener un futuro mejor.

Por suerte, escritor no es sinónimo de intelectual… La pregunta entonces es: ¿dónde están los intelectuales?

lunes, 2 de septiembre de 2013

7. HETEROSEXUALIDAD OBLIGATORIA

Ya en 1924, André Gide defendía por escrito la homosexualidad en los diálogos que integran su Corydon. A raíz de ello, hubo incluso quienes le negaron el saludo. Eso no impidió que en sus memorias confesara su condición de homosexual, condición que a su vez en 1947 no le impidió ganar el Premio Nobel de Literatura, lo que no quita que después de su muerte el Vaticano incluyera su corpus literario en su particular índice de libros prohibidos (¡la Curia, siempre tan progresista!), que a día de hoy será sin duda ingente… dado lo poco que ha evolucionado la religión católica en ese aspecto y lo mucho que lo ha hecho, por suerte para todos, la literatura.

Eso de que un gay declarado ganara el Premio Nobel a mediados del siglo XX, nos podría llevar a pensar que (exceptuando a los integrantes del Vaticano y a algunas otras facciones de similar catadura) el asunto de la homosexualidad como opción sexual dentro de los márgenes de la normalidad estaba ya entonces más que finiquitado. Lamentable no era así, aunque el gesto de la Academia sueca debió de ayudar mucho a que, allá por los 50, el poeta Jaime Gil de Biedma contara sin muchos reparos sus devaneos amorosos con su mismo sexo en Diario del artista seriamente enfermo.

Recordemos que pocas décadas atrás la historia había sido muy cruel con aquellos y aquellas que se mostraban abiertamente gays o lesbianas. Las lesbianas directamente no existían para la realidad oficial (una cruel goma de borrar las volvía transparentes) y, por su parte, los gays que osaban serlo eran duramente castigados por ello. A finales del siglo XIX Oscar Wilde, acusado de tener un comportamiento “indecente” a raíz de sus relaciones con Lord Alfred Douglas, acabó condenado a dos años de trabajos forzados que le costaron la vida; y en el fatídico año 1936, García Lorca fue fusilado en una cuneta, junto a un olivo, por ser abiertamente homosexual y no por ser simpatizante del Frente Popular, aunque es posible que esto último también ayudara. A diferencia de Wilde, a diferencia de Lorca, Jaime Gil murió a causa del SIDA, esa enfermedad con que en los años 80, en Estados Unidos, se quiso estigmatizar a la comunidad gay acusándola de haber sido demasiado promiscua durante la década anterior. El de Gil de Biedma no es un final muy feliz, cierto, pero cambia sustancialmente las cosas.

El estigma de la homosexualidad como amenaza, como perversión que debe ser proscrita, lleva a barbaridades como prohibirla (son muchos los países en que eso sucede, al amparo de unas leyes que la comunidad internacional debiera ocuparse urgentemente de erradicar) o atacar a sus componentes considerándolos no ya ciudadanos de segunda, sino enfermos que no tienen cabida en sociedades de impecable heterosexualidad. Sólo una tendencia enfermiza a la homologación y un miedo cerval a las diferencias puede ser la causa de que la humanidad insista en agarrarse a sus lastres y no los suelte, haciendo que el tema de la heterosexualidad obligatoria planee aún en demasiados rincones del planeta.

A tenor de los recientes ataques que algunos neonazis han llevado a cabo en Rusia contra gays o transexuales, en una oleada homófoba que incluye mofas, torturas e incluso asesinatos, vale la pena detenerse en qué es ser homosexual hoy. En Rusia, en vista de lo que sucede, un grave problema, que amenaza incluso con la deportación a los extranjeros gays que osen “ejercer como tales” dentro de sus fronteras.

En la patria de Tolstoi y Chejov una descarada homofobia institucional, que prohíbe ser abiertamente homosexual y castiga con penas de cárcel a quien no mantenga “relaciones sexuales no tradicionales”, ha llevado incluso a la Duma, su cámara de diputados, una iniciativa para prohibir que los gays donen sangre; son tratados cual apestados, eso es evidente. Lo que no se acaba de entender es que alguien en su sano juicio, miembros del COI incluidos, crean que un país donde se está llevando a cabo una “caza al gay” puede albergar unas Olimpiadas, ya sean de invierno, de verano o de primavera. ¿Las harían en un país que prohibiera y reprimiera cualquier muestra de heterosexualidad? Pues en pleno siglo XXI, tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando; queda dicho, amigos del COI.

En vista de esas atrocidades y de lo mucho que cuesta eliminar reticencias y repulsas en países más avanzados en términos de civilización (como mismamente el nuestro, donde aún así hay mucha tela que cortar en lo que a libertades sexuales se refiere), parece que sean pocos los que han leído a Kinsey y a Foucault. Según los estudios científicos del primero, la mayor parte de la población tiene tendencia bisexual y sólo una minoría (de un 5 a un 10%) es totalmente hetero u homosexual. Mientras Michel Foucault, el autor de Historia de la sexualidad, aboga por la teoría queer (acabada de perfilar por la filósofa Judith Butler), es decir, por afirmar rotundamente que las opciones sexuales son construcciones sociales, determinadas pues por tabúes y arraigadas costumbres. Lo cierto es que la lógica nos lleva a pensar que los dos parecen tener bastante razón y que acaso la realidad sea el resultado de la combinación de ambos presupuestos.

Quienes tenemos el convencimiento (por puro sentido común y sin necesidad de ninguna clase de exacerbada capacidad de observación) de que la heterosexualidad tal como la entendemos, como opción masiva que lo invade todo (la vida social, la publicidad, la música…), es un invento muy cómodo para quienes aspiran a mantenernos a todos bien sujetos en un orden fácil de controlar (y en ese quienes incluyo a las múltiples religiones que condenan otras opciones sexuales), sonreímos cuando tropezamos en el día a día con todos esos ellos y ellas que están convencidos de que han elegido con quien se acuestan, cuando se ve de lejos que no sólo no lo han hecho sino que, de ser distintas las circunstancias de sus vidas, no dudarían en cambiar de tercio.

Nos creemos muy libres y, sin embargo, no lo somos nada: pájaros metidos en jaulas de finos barrotes, por los que entra el aire, sí, por los que entra también la luz, pero de las que no se puede salir. Y es que, si acatamos en casi todo los destinos que otros han escrito para nosotros (que nos llevan a suscribir hipotecas abusivas, abrevarnos en una idiotizante cultura de masas o ingerir comida basura a pesar del exponencial aumento del índice de obesidad), ¿por qué iba a ser distinto en cuestiones sexuales?

Si vivimos vidas que no nos gustan en tantos aspectos, si estamos esperando ansiosos (y muchas veces a base de ansiolíticos) a que nos asole una enfermedad, suceda un accidente o nos roce una pequeña catástrofe para dar un vuelco a nuestra existencia y encauzar de una vez un rumbo nuevo, ¿por qué nos aferramos con tanto ímpetu a ese 95% de heterosexualidad obligatoria? ¿Quiere decir esto que sólo los gays y las lesbianas son realmente libres? Es posible, aunque acaso un 5% de heteros también lo sea. “Mi sexo es mío”, debiéramos exclamar todos y todas. Ese día es posible que los porcentajes cambiaran… sustancialmente.


sábado, 1 de junio de 2013

6. GARRULISMO

A los partidarios de la LOMCE (Ley Orgánica para la mejora de la calidad educativa), que de educación parecen saber bien poco y aún menos de construcción del espíritu crítico (aunque sí al parecer del “espíritu nacional”), en lugar de moverles el deseo de devolvernos a todos a los oscuros años cuarenta (cuando los maestros adoctrinaban a los alumnos a base de reglazos), debiera moverles la preocupación por el creciente garrulismo, que se extiende por la piel de toro como una mancha de aceite y alcanza cotas que ni el Everest. Basta abrir bien los oídos en las calles, en los transportes públicos y en ciertos programas de televisión.

A propósito de dicho invento (que al parecer nuestros niños y niñas visionan una media de cuatro horas al día), en una reciente visita a España Umberto Eco afirmaba que en su país la televisión, por muy berlusconizada que estuviera, había enseñado a los italianos de extracción social más baja a comunicarse en una lengua estándar, cosa que consideraba un gran avance. Ciertamente visto así lo es, aunque por tratarse de un semiótico la suya me parece una apreciación algo simplista. Yo más bien diría que la reciente televisión, aquí y allá, en España y en Italia (donde se me antoja incluso peor que aquí), lo que está haciendo es adulterar el aprendizaje de las capas de la población menos preparadas, que viene a ser como enseñar a un niño a hablar una lengua brindándole tan sólo una larga lista de improperios e insultos: hablará la lengua, cierto, e incluso con soltura, pero con la boca muy sucia.

Quienes somos alérgicos a la mala educación, pero que aún así no tenemos la suerte de padecer severas sorderas (y sí en cambio gustamos de pasearnos por las variadas veredas de la vida: léase centros urbanos, barrios populares, metros y demás lugares de pública concurrencia), últimamente vemos que la cosa va a peor. Los habitantes de nuestro terruño nunca brillaron precisamente por sus exquisitos modales, pero ahora más que nunca lo que se ve y se oye chirría de un modo alarmante, pues los garrulos despliegan sus plumas con el orgullo de quien acaba de comprarse un Rólex falso: se comunican a gritos a base de procacidades (Sánchez Ferlosio no escribiría hoy El Jarama sino El Guarrama), se arrellanan en los trenes y demás como si estuvieran en sus casas y no paran de incordiar allí donde van. Son los hijos de “Gran Hermano” y de cosas peores. La otra noche, en un restaurante, incluso hubo que llamar a los Mossos d’Esquadra porque un par de tarugos insistía en tirar comida a las mesas vecinas al tiempo que insultaban a quienes les recriminábamos su simiesco comportamiento.

A propósito de esta nueva tribu la escritora Ángeles Caso, que siempre me ha parecido muy sensata, se hacía la siguiente reflexión: "Quizá la diferencia es que antes no las veíamos públicamente. Formaban parte de la multitud silenciosa. No aparecían en los medios de comunicación o en las creaciones culturales, salvo para ser objeto de burla. Y si se mostraban discretos en vez de deslenguados, a menudo era más por sumisión que por educación: sumisión al señorito, al cura, al amo o a la policía, ante quienes debían por fuerza fingir <buenos modales>. Lo único diferente respecto al pasado es que ahora pueden exhibirse tal y como son, y que muchos les aplauden por ello" (“La buena educación”, La Vanguardia 2/02/2012).

Esos sumisos de antaño (que no lo eran por gusto sino por obligación y que son quienes más debieran haber ganado con los recientes avances históricos), han tenido hijos y nietos que podemos considerar, aunque suene fatal, el fruto podrido del progreso. Son en cierta medida el “hombre-masa” de Ortega y Gasset, consagrados a “la libre expansión de sus deseos vitales”, que actúan como dueños del mundo e ignoran el valor de los esfuerzos que los han llevado hasta una vida más digna que las que llevaban sus mayores. Son pues los daños colaterales de un sistema democrático que no ha sabido entender que, una vez asegurados el pan para todos y la libertad de expresión, lo que había que evitar era dejar a la deriva a un porcentaje de ciudadanos que por sus propios medios no eran capaces de construirse como seres sociales civilizados (ya fuera por falta de costumbre familiar, por sus pocas luces o por su ausencia absoluta de sensibilidad).

Y es por ello y para ello (porque todos los ciudadanos tenemos derecho a crecer en el respeto al prójimo, a saber comportarnos en sociedad y a no ir por la vida lanzando graznidos como irracionales), que se impone una reforma educativa; no porque tengamos que competir con Europa, no porque nuestros índices de fracaso escolar estén por debajo de la media, no porque se imponga la absoluta necesidad de dominar el inglés. Para ir por la vida hace falta saber sentarse educadamente en un tren, salir a hablar por teléfono a las plataformas para no molestar a los demás, respetar el espacio del vecino y preservar su tranquilidad. Sin eso, ni siquiera con acento de Oxford se puede avanzar ni un milímetro, y mucho menos podrá convertirse uno o una en un individuo preparado y solvente capaz de enfrentarse al futuro.

Así que, harta de topar a diestro y siniestro con individuos vestidos con un mal gusto atroz, que utilizan expresiones que ni en el trullo y a los que el mañana no depara más que un traumático suspenso colectivo, quien esto escribe propone en lugar de la LOMCE (que por suerte muchos ansiamos cercenar de raíz), un nuevo enfoque legislativo al que podríamos bautizar como LOEGCI (Ley Orgánica para la erradicación del garrulismo con carácter inmediato). En tiempos como estos, en que se proponen iniciativas tan absurdas como la denominación de “lapao”, no creo que desentone mucho.

domingo, 19 de mayo de 2013

5. # S/INCULTURA

¡Alerta, el barco se hunde! Se hunde con todas las de la ley y, lo que es aún peor, avalado por esa misma ley. La ley, las leyes que tendrían que defendernos de la barbarie, del adocenamiento, de la incultura, que tendrían que garantizarnos los instrumentos para cultivar el espíritu crítico y, en definitiva, el espíritu a secas, se nos vuelven en contra y nos derrumban como un golpe de mar, a decretazo.

Se reducen drásticamente las ayudas públicas, sube el IVA y automáticamente baja la asistencia a cines, teatros, centros de arte y a todos los templos de la cultura habidos y por haber, desde el más humilde hasta el más vestido de oropel. 21 es la cifra de la discordia cultural en estos nuevos tiempos. Es el porcentaje de IVA que pagamos por una entrada de museo, una sesión de cine o la descarga de un libro electrónico. Y también es aproximadamente, dato nada baladí, el porcentaje de españoles que en la actualidad vive por debajo del umbral de la pobreza.

Recordemos que 21 gramos son asimismo los que pierde el cuerpo al morir, es decir, lo que pesa el aliento de vida que se escapa y que algunos han llamado “el alma”. El alma, ese factor intangible que cohesiona una sociedad (esa fuerza moral y social, generadora de una conciencia colectiva), tan necesaria en lo que Durkheim, padre de la sociología, llamó solidaridad orgánica, la sociedad conflictiva de hoy en la que cada individuo es un órgano y se ve obligado a entenderse con los demás desde la diferencia y no desde la uniformidad, con lo que ello implica de riqueza pero también de dificultad.

Con la terrible caída del consumo cultural, arrastrada por la del consumo en general y que afecta sin excepción a todos sus ámbitos, descienden igualmente de un modo sustancial en las librerías las ventas de ese magnífico invento popularizado por Gutenberg a mediados del siglo XV, y que desde entonces nos ha acompañado en mesillas de noche, salas de estar y, por qué no, cuartos de aseo. Las librerías ven así la espada de Damocles pender sobre sus estantes y los libreros comienzan a hacer planes para transformarlas en locales de tragaperras o tiendas de gominolas, que seguramente gozarán bien pronto de ventajas fiscales destinadas a incentivar la obesidad y la ludopatía, juntas o por separado.

La escuela pública se levanta contra los recortes y contra “la ley Wert”. Profesores, padres y alumnos se encierran en centenares de colegios e institutos día sí y día también reclamando unas prestaciones dignas fruto de unos presupuestos dignos, mientras ven cómo se cierne sobre ellos la amenaza de la LOMCE (Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa), que no sólo descarta conservar la asignatura de Educación para la Ciudadanía, como si no la necesitáramos con carácter de urgencia, sino que ya es tachada de elitista y segregadora antes de ser aprobada.

Y es así como las aguas de la marea roja en defensa de la cultura y las de la marea verde en defensa de la educación confluyen en la defensa común de un hoy, un mañana y un pasado mañana que no acabe de un plumazo con el trabajo de hormiga que en las últimas décadas se ha cobrado sus mejores resultados y que empezaba a asimilarnos a otros países de nuestro entorno inmediato.

Esa laboriosa construcción que nos ha llevado centurias levantar y que pasa por la democratización del saber, por el acceso de todos y todas a los bienes culturales y por la propagación de hábitos como la lectura, se derrumba como si se tratara de un castillo edificado con frágiles palillos. Cuando es el resultado del esfuerzo de generaciones y generaciones de hombres y mujeres, que han defendido a diestro y siniestro las ventajas del conocimiento y del cultivo de la sensibilidad artística.

Lamentablemente este retrato atroz no responde a cifras abstractas que revierten tan sólo en las cuentas de resultados y que tendrán efectos lesivos únicamente a largo plazo. Sino que hablamos de personas con nombres y apellidos, con padres e hijos, sobre los que caen los devastadores efectos del derrumbe. El sector cultural se debilita a pasos agigantados y sus agentes (creadores, gestores, agitadores…) se ven abocados a la precariedad y a la radical falta de recursos, engrosando la lista de los seis millones de parados alcanzados a día de hoy y quedando algunos de ellos al borde de la exclusión social. ¿Quién será capaz después de convertir en bibliotecas, salas de cine, exposiciones y conciertos esa hoguera de cenizas humeantes?

Pero que nadie se lleva a engaño. No, no se trata de un cambio de modelo (de lo analógico a lo digital, de la velocidad a la aceleración…), con el que podríamos lidiar enarbolando armas nuevas destinadas a adaptarnos a una transformación que deviniera en evolución. Nos hallamos ante un proceso de involución, impulsado desde el poder más egoísta y del que este aspira a salir reforzado. No hay en ello ni un ápice de sentido del bien común, de responsabilidad común, de aspiración común.

La perversión es tal que al tiempo que se asiste a la debacle se ensalza “el arte del toreo”, es decir el cruel sacrificio ritual del toro, y se plantean deducciones fiscales para casinos y locales afines, reflejos de un país enfermo, inminentemente catatónico. ¿Queremos ser ese país que se nos anuncia y que se nos impone? ¿Queremos ser un país de lerdos vigilados por un pantocrátor que desde lo alto nos mira pacer como borregos?

Es el comienzo de una nueva era, eso está claro. La era de la ignorancia, la llamaremos, e inundaremos los balcones y las farolas de pancartas y banderolas que recen: “Aquí yace lo que queda de nuestra cultura, en el vuelo de las palomas y la brisa matutina”. Seremos Lorca sin “La Barraca”, Falla sin “El amor brujo”, Gaudí sin “La Sagrada Familia”, Picasso sin el “Guernica”, Pla sin “El quadern gris”, Chillida sin “El peine de los vientos”… Seremos Nuria Espert sin teatro, Ana María Matute sin editor, Almodóvar sin cámara de cine, Barceló sin pincel…

“La poesía es imprescindible, me gustaría saber para qué”, se preguntaba Cocteau. Acaso jamás lo sabremos y su misterio insondable nos acompañará siempre. Pero tenemos muy claro para que sirven la educación y la cultura, lo tenemos meridianamente claro: sabemos a ciencia cierta que no nos hacen “más” persona, nos hacen persona. Y queremos seguir siéndolo.

lunes, 1 de abril de 2013

4. SENNETT, LA IZQUIERDA Y EL FEMINISMO

Con el espíritu nada mitómano que me caracteriza, pero con una gran sentimiento de admiración, acudí el otro día a la rueda de prensa que ofrecía en La Pedrera gaudiniana ni más ni menos que el sociólogo Richard Sennett (El respeto, La corrosión del carácter, El declive del hombre público…), de quien sigo los pasos. Tuve pues la oportunidad de oírle departir acerca de su última obra, Juntos. Rituales, placeres y políticas de cooperación (Anagrama), segundo volumen de su trilogía Homo faber.

Coincidía que era el 8 de marzo, Día de la Mujer, y yo venía de un acto institucional celebrado en el Parlamento de Cataluña, de modo que no pude por menos que preguntarle al Sr. Sennett si en ese Juntos, título expresivo donde los haya, había tratado el eterno asunto de la falta de cooperación de hombres y mujeres. Como era de esperar, me respondió que no. Me dije: “Uno más a quien le importa bien poco lo que le sucede a la otra mitad de la población, aquella a la que no pertenece”.

La ensayística actual se diría que es un coto reservado a los varones, pues en un elevadísimo porcentaje es un género literario que parecen cultivar sólo ellos (en España, por ejemplo, hay tan sólo dos mujeres que han “merecido” el Premio Nacional de Ensayo, mientras lo han recibido treinta y tantos hombres). Pese a ello, y aunque el afán divulgador ha adelgazado sustancialmente enfoques y contenidos, lo ha convertido también en un sector en auge y las traducciones son en él abundantes.

Esa efervescencia nos permite acceder con facilidad a nombres extranjeros señeros como el citado Sennett, Enzensberger, Todorov, Lipovetsky, Agamben, Sen, Nussbaum (esta sí mujer) y tantos otros. Sus obras, al igual que la de los ensayistas locales, están repletas de reflexiones, propuestas e incluso vaticinios donde la problemática específica de las mujeres brilla por su ausencia. Por supuesto, en todos ellos se alude a “el hombre” o a “el individuo” para referirse al ser humano, y se hace de un modo realmente machacón. Resulta curioso que caballeros tan preparados y supuestamente tan pensados, que no sólo leídos, no sean capaces ni siquiera de desdoblar los sustantivos genéricos. Como me decía el otro día una amiga acerca de otro prohombre que ha visitado también Barcelona en fechas recientes: “¿Acaso Bauman no sabe que quien sufre más intensamente las consecuencia de la sociedad líquida es la mujer? ¿Por qué entonces casi ni la menta?”.

Sorprende el desinterés de esos próceres del pensamiento por el género femenino en un mundo que exuda por todos los poros tan ostentosos desajustes de género. Si un extraterrestre aterrizara en nuestro planeta, al estilo del Gurb de Mendoza, es evidente que advertiría en un plis plas que algo huele a podrido en esta sociedad nuestra: señoritas en ropa interior anunciando café soluble, páginas y páginas de prensa plagadas de fotos con caballeros de traje y corbata, y lo que es peor, unos índices altísimos de violencia de género que se ceban en mujeres jóvenes, maduras e incluso ancianas.  ¿Presuponemos menor capacidad de observación a nuestros probos ensayistas contemporáneos que a un marciano cualquiera?

Volviendo al libro de Sennett, diré que disecciona, con el estilo hondo aunque renuente a los tics de la Academia que le caracteriza, la naturaleza de la cooperación a lo largo y ancho de la Historia, hasta llegar a la reciente eclosión de la gran ágora-gran bazar-gran agencia de información-gran caos que es Internet. Una cuestión clave en la evolución que nos ha llevado a vivir como vivimos y no colgados de lianas, pues la colaboración es un ingrediente clave en el progreso de la humanidad, y sin grandes dosis de cooperación no hubiera sido posibles los grandes pasos que esta ha dado.

Por otra parte, todos sabemos que la actual coyuntura es seriamente preocupante, pues se ciernen sobre nosotros amenazas que creíamos ya olvidadas (pérdida de libertades, desaparición de coberturas sociales básicas…). Y dado que las amenazas, sean del orden que sean, tienden a replegar a los amenazados a lugares seguros, y por lo tanto conocidos, es por ello que habiendo calado ya en los ciudadanos y en las ciudadanas el temor a un empeoramiento de la crisis económica, el espíritu conservador gana terreno, lo que se traducirá en más votos para la derecha. Nuestra derecha actual puede parecer inofensiva, pues sus métodos son menos descarados que los de las derechas de antaño, pero no lo es. De “la repugnancia que producen los malintencionados disparates verbales de los meninos y meninas del Gobierno, y su malévola gestión de nuestros asuntos” hablaba Maruja Torres en un reciente artículo.

En unos momentos en los que la carta de expulsión del sistema se cierne sobre tantas y tantos, un gobierno que no atiende sin dilación a esa urgencia y marea la perdiz encastillándose en su monolítica ideología, basada en la perpetuación de las desigualdades, resulta tan peligroso como un pelotón de fusilamiento en plena contienda bélica. Es evidente que dicho gobierno, siendo suaves, obedece a pies juntillas a la viñeta de El Roto que reza: “Señores, facilitarle la vida a la gente es populismo, lo ortodoxo es amargársela”.

Sólo la cooperación entre quienes piensan que la política conservadora es hoy día un despropósito, puede salvarnos de un desastre seguro, de un polvorín que no tardará en estallar; olvidan las derechas que la velocidad en la transmisión de información imposibilita ahora la ceguera en que los ciudadanos vivían antaño. Y ello a pesar de lo que en la gestión empresarial recibe el nombre de “el efecto de silo” y que Sennett define en Juntos como “el aislamiento de los individuos y departamentos en unidades distintas, personas y grupos con poco que compartir y que en realidad ocultan información útil a los demás”.

Es de lamentar que la izquierda, que es nuestra única tabla de salvación, no esté haciendo bien su trabajo, pues el reloj corre en su contra y en la de todos y todas. Nada nuevo bajo el sol, esa es la perenne enfermedad de la izquierda, su peor lacra: el espíritu de nula cooperación entre quienes debieran ser aliados. Un asunto de enorme relevancia, pues entorpece el curso natural del flujo político en las coyunturas más delicadas (como la que ahora vivimos) y en las más decisivas (como la que ahora vivimos). Está visto que así como la derecha avanza a buen ritmo hacia la culminación de sus objetivos, por espurios que estos sean (que lo son), a la izquierda le encanta perderse en los mil matices que la separan de sus afines, sin llegar a ponerse jamás de acuerdo.

¿Pero cómo es posible que ante la amenaza que supone el enrocamiento de la derecha, la izquierda no responda como un solo hombre a sus bravuconadas, salidas de tono, ataques a la democracia, faltas graves al sentido común y flagrantes insultos a la ciudadanía? La respuesta es bien sencilla: la izquierda no responde como un solo hombre porque no lo es, la izquierda es y ha sido siempre una mujer; y las mujeres jamás respondemos como una sola mujer, pues somos demasiado distintas entre nosotras, demasiado nada masa compacta para responder “como una sola mujer”.

Es el eterno problema del patriarcado: mientras los hombres han sabido aunarse bajo un manto común, y funcionan como un lobby cuyo engrasado engranaje jamás se oxida, las mujeres somos una suma de yoes encantados de cultivar nuestros matices y diferencias. De ahí la falta de sororidad, de ahí la falta de agenda colectiva y de ahí, sobre todo, el fracaso del feminismo, incapaz de sumar en el bien común en lugar de restar en el bien particular.

A la izquierda le pasa pues como al feminismo, que se pierde en la heterogeneidad y se niega a la homogeneidad. De ahí que, visto lo visto, al igual que el feminismo ha fracasado (a pesar de sus muchos logros históricos), esté fracasando ahora estrepitosamente la izquierda (a pesar de sus muchos logros históricos). La pregunta es: ¿Nos lo podemos permitir? Y la respuesta es no. De modo que a la izquierda no le va a quedar otra, le guste o no, que despertar de su largo sueño de falta de cooperación y lanzarse al camino de las alianzas y la desinteresada colaboración. Y otro tanto puede aplicarse al feminismo, que ya está tardando en espabilar. Renovarse o morir; cooperar o fenecer.

viernes, 1 de marzo de 2013

3. LA ESCRITORA OBEDIENTE

En un programa cultural de la televisión catalana (de esos que justifican que no tiremos nuestros relucientes y extraplanos aparatos de tv por la ventana), escucho con atención una entrevista a una nueva autora, que ha aparecido rutilante en el panorama de las letras sin que jamás antes se la hubiera oído nombrar. La acompaña su agente literaria, Anna Soler-Pont. La autora en cuestión, para más señas donostiarra, se llama Dolores Redondo y al parecer ha escrito la primera entrega de una trilogía negra ambientada en el valle de Baztán, en las húmedas tierras navarras, entre caseríos dispersos y verdes laderas. El libro se titula El guardián invisible. Al parecer esta escritora hasta la fecha ignota tiene en su haber una primera novela de escasa circulación y poco más. No es pues un gran currículum literario el suyo, sino todo lo contrario: el perfil ideal para devenir en una autora de best sellers, me digo desde mi atalaya de modesta crítica literaria ya bregada en algunas trincheras.

Dicha escritora cuenta con una sonrisa cómo ha seguido sin rechistar todas y cada una de las recomendaciones de su agente, y cómo se ha desplazado dócil por la geografía allí por donde esta la guiaba (radios, teles, ruedas de prensa...). Dice saberse lega en materia literaria y confiar plenamente en su agente, que a su vez admite que acaso se trate de la clienta ideal. En la página web de la agencia, se cuenta que su novela ha sido vendida a editoriales de prestigio como Feltrinelli y Harper Collins y que será publicada próximamente en doce lenguas. Si curioseo entre las portadas varias que ya se anuncian, y que ostentan fotografías envueltas en un sugestivo halo de misterio, advierto que se trata de la clase de libro que yo no compraría jamás, ni siquiera con una pistola en la sien. Se nos dice también que los derechos cinematográficos han sido vendidos ni más ni menos que al productor de la trilogía de Larsson, tan celebrada y, para qué negarlo, tan rentable. Es evidente que autora y agente están haciendo un excelente business (¡y yo que me alegro!).

Como ya digo ese tipo de literatura no es santo de mi devoción, y ni siquiera despierta en mí un mínimo de curiosidad, lo admito, aunque me alegra pensar en esos miles de lectoras y lectores aficionados a la cultura del best seller que en fechas próximas dedicarán tardes y tardes a leer esa trama a ciencia cierta trepidante (dichos lectores suelen ser lentos y los libros les duran semanas o incluso meses). Dejarán pues de ocupar por un rato los centros comerciales, o bien dejarán de contemplar cual borregos algunos programas de tele basura de los que son fervientes seguidores; por no hablar de las series que últimamente alcanzan picos de audiencia inusitados y que tienen como principal objetivo invitar a vivir vidas ajenas y a olvidar la propia.

Aquí tendría que entonar un mea culpa por no imaginar al lector y a la lectora de best sellers como amantes de las prendas de cachemira, aficionados a citar a Shakespeare y Flaubert en sus lenguas originales, cultivados colecionistas de atardeceres sublimes y pinacotecas penumbrosas, o devotos de los aforismos de Lichtenberg. Me consta que el perfil del lector y la lectora de best sellers es disparejo y variado, y que no me mueve más que la displicencia y cierta altanería a imaginarlos como individuos en chándal, comedores compulsivos de comida rápida y partidarios de las aglomeraciones y las modas vanales. Soy una aspirante a lectora secreta y a escritora maldita (¡alabados sea Oscar Wilde, Emily Dickinson y el mismísimo Alejandro Sawa!), y en mi condición me veo impelida a despreciar al lector de best sellers y a desconfiar de sus autores, aunque se forren, cosa que envidio y mucho.

Pensar en una escritora obediente, que acata sin rechistar los mandatos de su agente, me hace pensar en todo lo contrario, en el escritor rebelde que se niega a firmar en el Corte Inglés por una cuestión de estética y que jamás se sentaría junto a un personaje mediático el día de Sant Jordi. Este último suelen tener la VISA caducada por no haberla sacado de la cartera en mucho tiempo y su cuenta corriente emula el rojo de las señales de Stop. Es también un ser que gusta de despreciar a los nuevos ricos, llevar zapatos poco lustrosos y las coderas de los jerseys más bien desgastadas.

Recientemente la veterana escritora sueca Maj Sjöwall, quien recibió el Premio Pepe Carvalho en el Festival Barcelona Negra, no dudó en afirmar que hoy los autores se interesan sólo por el dinero. Me digo que es normal que lo hagan, cuando hace ya décadas que lo único que interesa al grueso de la población es eso, el dinero; ¿y qué son los escritores y las escritoras sino un puñado de mortales iguales al común de los mortales, como la inmensa mayoría hambrientos de lujos estériles y fondos de pensiones? Me digo también que, casi siempre, el interés de los creadores literarios por el dinero parece inversamente proporcional al interés de sus obras, de ahí que no pueda por menos que sospechar que la capacidad de obediencia de un autor o autora y su contrario, es decir, su capacidad de rebeldía y desobediencia, parezcan buenos indicadores del nivel literario de lo que escriben o dejan de escribir.

Por suerte viene la gala de los Premios Goya a levantarme el ánimo y, amén de contemplar con gran disgusto que los integrantes del cine español son grandes masticadores de chicle (¡Belcebú los castigue con dolorosísimas caries!), oigo por fin el cabreo y la rebeldía, el eco de la libertad. Quizás en estos tiempos afónicos, en el campo artístico las gentes del cine sean las únicas capaces de morder la mano que les da de comer. Y esa noche, después de haber pasado tres horas en la grata compañía de Eva Hache (como siempre fantástica), me voy a dormir tranquila sabiendo que aún quedan un puñado de artistas capaces de ponerse el mundo por montera si es necesario, aunque luego venga la derecha más rancia a intentar sacarles los colores. ¡Santa inocencia! Amigos de Intereconomía, ¿acaso piensan que los que tenemos dos dedos de frente hacemos algo más que reírnos de su patética prepotencia?

jueves, 31 de enero de 2013

2. CHORICISMO

Nuestros compatriotas llevan siglos practicando el mismo deporte (cuanto menos desde El lazarillo de Tormes) y ahora resulta que empezamos a hablar de él como si estuviera recién inventado o acabara de llegar por bandeja diplomática procedente de algún país con licencia para robar. Alguien tendría que analizar a fondo de una vez por todas esa vieja costumbre de la desmemoria, que todo lo convierte en novedad e impide así hurgar en las raíces y anticipar también, en consecuencia, los brotes verdes que están por llegar. Aquí agenciarse lo ajeno ha sido siempre una práctica común, tan extendida como los bocadillos de calamares en los aledaños de la madrileña Plaza Mayor, las banderillas de encurtidos en los mostradores de los bares de nuestra ancha y variada geografía o las turcas de garrafón, de tan letales consecuencias para los lunes laborables y, en general, para el progreso económico del país.

Puestos a no mirar demasiado atrás (tampoco se trata de citar la nefasta conquista de América), pongamos que desde los albores de la democracia se viene comentando, tanto en voz alta como en voz baja, que la financiación de nuestros partidos políticos no tiene un palmo de limpio, del mismo modo que de todos es sabido que el arte de defraudar a la Hacienda pública es entre nosotros eso, todo un arte, y como tal se aplaude con el mismo énfasis que los quiebros de un torero. Para colmo la lista de las pequeñas y grandes corruptelas se aliña con una impudicia que da vértigo. Así, a nuestras orondas alcaldesas no les da reparo lucir bolsos carísimos mientras son recriminadas a gritos por parados de larga duración, ni a ciertos politicastros salir a deambular por sus predios jaleados por aquellos a quienes conceden prebendas, cual caciques de tres al cuarto, en lujosos vehículos de no se sabe cuántos caballos, a ser posible de colores vistosos, no fueran a pasar desapercibidos; hubo incluso uno que los coleccionaba, el infeliz, sin ver en ello mayor culpa que la de ser un vulgar nouveau riche.

La trama Gürtel, que cual mancha de aceite se extiende hasta no se sabe qué oscuros cajones; los trajes que El Bigotes regalaba sin tregua al listillo de Camps, quien los aceptaba gustoso; el tal Bárcenas, tesorero del PP, y sus millonarias cuentas en paraísos fiscales; los sobresueldos en dinero negro que los altos cargos pillan prestos sin ningún reparo; los alcaldes que se forran a base de adjudicar contratas a empresas de familiares y amigos; las acusaciones de viajes furtivos a Andorra con que se quiere manchar a un político catalán, hijo para más señas de un notable, cuando esa práctica está tan extendida entre quienes tienen cuatro duros como entre los taxistas escuchar la Cope... Variantes todas ellas de un mismo no haber entendido que el país se construye hombro con hombro y no sablazo a sablazo. Incluso el cambio mal dado por el tendero de la esquina provoca en el españolito y la españolita un regusto de placer cuando se lo meten en el bolsillo sin decir ni pío. ¡Adónde iremos a parar!

Todo demasiado similar, no nos vamos a engañar, a aquella Marbellalandia que se montó Jesús Gil antes el estupor de todos y con la connivencia de tantos, ladrón sin guante blanco y con un gusto lo que se dice atroz (en especial para las camisas y la decoración de interiores), cosa que nos permite afirmar que el choricismo, la corrupción y sus muchas variantes son aquí fenómenos ya sistémicos, arraigados en lo más hondo del ADN hispano. ¿Qué más decir sobre el noble arte de robar, cuando quien no lo practica es mirado con desconfianza y tachado de tonto de remate o de algo peor? Ahí va un pequeño repertorio.

Robar es bonito. Robar es ético. Robar está bien visto…

No dejes para mañana lo que puedas robar hoy.

Al mal tiempo, buen botín.

Ande yo caliente, robe yo a la gente.

No se robó Zamora en una hora.

Quien mal roba, mal acaba.

El movimiento se demuestra robando.

La ocasión hace al ladrón y el ladrón hace la ocasión.

Cree el ladrón que todos son de su condición… y no se equivoca.

Y, por supuesto, quien robe el último robará mejor.

¡Arriba España!

viernes, 4 de enero de 2013

1. NUESTRA FRIDA KHALO

Es una gran alegría que María Blanchard haya llegado al Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) y que lo haya hecho por la puerta grande, con una exposición antológica que nos permite echar un generoso vistazo a su obra, que sin duda se halla entre las más sugestivas realizada por un artista español en las primeras décadas del siglo XX. Ni todas las artistas entran en ese templo artístico, ni tampoco fueron precisamente muchas las mujeres que a principios del XX (y que no decir antes) pudieron desarrollar sus capacidades creadoras hasta el punto de ser apreciadas, poco o mucho, por sus contemporáneos, de modo que nuestra congratulación es doble.

Me paseo por las salas que albergaron antaño el Hospital San Carlos contemplando la muestra de esta pintora santanderina nacida en 1881 y fallecida en París en 1932, a la que pilló de pleno la explosión cubista, en la que se sumergió en unos años clave para su formación, pero de la que salió más fortalecida que antes, lo que la llevó a optar por un expresionismo muy cercano al de la mejor Frida Khalo. La exposición recoge setenta y cuatro obras, entre sus orígenes figurativos (que incluyen toques  simbolistas y, cómo no, otros ya tremendamente expresionistas), su larga incursión cubista y su regreso al figurativismo en un alarde de personalidad propia difícil de soslayar.

Pero, ¿quién es María Blanchard? Hasta 1976 no se realizó en España una antológica suya, en concreto en la madrileña Galería Biosca (en el catálogo que se hizo para la ocasión hallamos incluso un texto de la Condesa de Campo Alange, quien ya le dedicó un estudio publicado en 1944). María Blanchard arrastró desde siempre una limitación física que contribuyó en mucho a forjar su carácter: “cambiaría toda mi obra... por un poco de belleza”, llegó a decir. Al bajar de un coche de caballos, embarazada, la madre de María sufrió una caída, y la niña nació con una doble desviación de columna, que conllevó una seria deformidad. Fue bautizada con el nombre de María Gutiérrez-Cueto y animada por su familia llegó en 1903 a Madrid siguiendo los pasos de su vocación artística. Mas no será hasta su traslado a París en 1909, donde sería alumna de Anglada Camarasa, cuando su trabajo comience a afianzarse. 26, Rue du Départ - Érase una vez en París es el título del documental, de reciente estreno, que le ha dedicado Gloria Crespo MacLennan.

En su no muy extensa pero sí intensa trayectoria fue amiga de Gómez de la Serna, de Diego Rivera, de Juan Gris... e incluso García Lorca le dedicó una elegía, en la que afirmó que “la lucha de María Blanchard fue dura, áspera, pinchosa, como rama de encina”, cosa que sin embargo no la empujó al resentimiento. Contrahecha, literalmente jorobada, no es sólo por ello nuestra Frida Khalo, sino también y sobre todo por la explosión de fuerza, arrojo y color que su obra exhibe y por su rabiosa valentía a la hora de expresarse con el pincel. Ambas fueron también mujeres temperamentales y excéntricas, con las que debió resultar difícil lidiar. Frida Khalo hace largos años que es mundialmente apreciada y la suya es la biografía de la editorial Circe más vendida. Blanchard está aún, mal que bien, por descubrir.

Porque esta exposición que se le brinda, y se nos brinda, podría haber servido de mucho más de lo que ha servido y es una lástima tener que admitir que estamos ante una ocasión perdida. Figura de la vanguardia que triunfó en un mundo de hombres, androcéntrico hasta la médula, resulta en su enfoque cuanto menos sorprendente la ausencia de una visión de género, por tímida que fuera. María José Salazar, comisaria de la exposición, tendría que haberse mojado mucho más y es una pena que no la haya hecho. Hoy en día resulta enormemente empobrecedor obedecer al orden cronológico para mostrar la obra de un artista. Y aunque sin duda sea de gran interés constatar que en los años centrales de su carrera Blanchard fue una espléndida emuladora de Juan Gris (e inclusive que sus piezas cubistas aportan matices que la singularizan en el seno de dicha corriente), podría haberse guardado esa faceta suya para algún ejercicio comparativo, que podría haber consistido en exhibirla algún día mano a mano con el que fuera su maestro y amigo.

Con tener ojos basta para constatar que su fuerza, su verdadero genio, está encerrado en las obras que precedieron y siguieron a su incursión cubista. Y es allí donde su interés por retratar a las mujeres adquiere un brillo propio, en obras como “La comulgante” (1914), “La española” (1910-15), “Mujer a la mandolina” (1916-17), ”Pianista” (1919), “Mujer peinándose” (1923), “Las dos huérfanas” (1923), “La golosa” (1924), “La echadora de cartas” (1924-26), “La convaleciente” (1925-26)... y cómo no en esas maternidades que desbordan los cauces de su tiempo. Hubiera sido una fiesta poder acceder a ese proteico recorrido de vigor y colorido, trazo contundente y alto sentido plástico, con el debido acompañamiento, aquí inexistente.

Como complemento a la muestra el Reina Sofía celebró un seminario titulado “En torno a María Blanchard. Vanguardia e identidad”, en el que por cierto tampoco hubo intervención alguna que incidiera en la cuestión de género. No cabe duda que se ha querido ver en Blanchard más vanguardia que identidad, desatendiendo este aspecto que creo firmemente es el que tiene en ella mayor interés. Invita al desaliento que momentos tan conservadores nos traigan miradas tan tibias y que se aprovechen tan poco los espacios públicos. Esta exposición no está a la altura de Manuel Borja-Villel, su director. En arte no valen, no han valido nunca, ejercicios de corrección política y de los comisarios se esperan miradas osadas que traigan propuestas de futuro, no baños en formol que conviertan a los grandes olvidados en nuevos clásicos sin pasar por el diálogo con el tiempo histórico que los rescata. En arte la genealogía se hace al andar e implica echar la carne en el asador. Pasar de largo en un aspecto tan relevante como es que María Blanchard incidió en el retrato de las mujeres desde un prisma radicalmente distinto al de sus contemporáneos, es un insulto al trabajo de quienes sí están revisitando la obra de las artistas con miradas que construyen desde el compromiso. La exposición dura hasta el 25 de febrero. Por muchos que sean los peros, no os la perdáis.

Versión en catalán aquí:
http://www.laindependent.cat/index.php?option=com_content&view=article&id=3240%3Ala-nostra-frida-khalo&catid=94%3Aart&Itemid=131&lang=ca