sábado, 3 de enero de 2015

21. DEJAR ALGO PENDIENTE

Este 2015, que pinta aún con los colores de la precariedad para muchos y, en general, con un horizonte poco luminoso para todos, lo empezará mejor quien haya sabido dejar algo pendiente. Lo empezará con más ilusión, con la agenda menos vacía y con los deseos a flor de piel. De año en año, dejar algo pendiente consiste en saber guardar para mañana lo que podrías hacer hoy, pero que en un ataque de previsión preferimos postergar para un momento mejor, quizás esperando poder sacarle todo su jugo.

Bien es cierto que es probable que tan sólo los perfeccionistas conozcamos el placer de dejar algo pendiente con la consciencia plena de hacerlo, mientras que en los demás se trate tan sólo de desidia o vaguería. El apático, el caótico o el perezoso jamás podrán experimentar ese placer intangible. Para ellos dejar las cosas a medias es lo normal, el pan de cada día. Nosotros no, los perfeccionistas somos de otra raza: no nos levantamos del sofá hasta haber llegado al final del capítulo que estamos leyendo, no cerramos el armario hasta haber doblado el último calcetín y, por supuesto, jamás salimos de casa dejando una lavadora por tender o una planta por regar.

Y es por ello que cuando decidimos dejar algo pendiente, lo hacemos sabiendo qué nos traemos entre manos, pues en nuestros planes no cabe el azar. O mejor dicho, el azar es un accidente en cuyas redes hacemos lo posible por no caer, sobre todo viendo lo mal que les sienta a los demás caer en él de bruces. Pobres aquellos que se quedan sin mesa en el restaurante por no haber reservado o se van de excursión a la playa en pleno tormentón: ¡con lo poco que cuesta mirar el día antes la previsión del tiempo!

Dejar algo pendiente es también un arte que hay que ir refinando. ¿De qué sirve acumular decenas de planes apetitosos para un futuro lejano, sabedores de que no los cumpliremos jamás? Los planes pendientes hay que acariciarlos con la debida periodicidad, sin dejar que enmohezcan a la sombra de los lugares comunes. Tampoco suena bien ir repitiendo a diestro y siniestro las ganas que tenemos de ir a Cuba y seguir visitando cada año, con puntualidad estival, las playas de Fuerteventura. Los deseos y los sueños, como las personas, hay que cuidarlos bien para que no caigan en la tentación de solazarse en otros brazos.

Si un rincón del mundo te gusta con fruición, ¡qué placer dejar siempre allí un motivo para volver, aunque sea un callejón aún ignoto o un pequeño sendero sin hollar! En un restaurante que te pirra, deja algún plato por probar. En uno de tus museos predilectos, pasa velozmente por una de las salas, como en un amago de saltártela, y prométete a ti misma volver. Incluso entre las obras de alguno de tus autores o autoras preferidos, vale la pena dejar algún libro menor por leer; no deja de ser un modo de mantener el suspense, de alargar ese inmenso placer que es leerlo. Es como esa conversación que podría prolongarse hasta el alba porque se te antoja deliciosa, pero que interrumpes a las dos de la madrugada para que el buen sabor de boca permanezca y te queden ganas de repetir charla en tan grata compañía.

Tengo pendientes viajes, cenas románticas, amaneceres de postal, planes curiosos por lo inusuales e incluso una visita a un amigo lejano que vive en una ciudad que añoro: pequeños o grandes instantes de felicidad que no he querido aún gastar, en la certeza de que merecen ser compartidos por alguien que valga la pena y no ser vividos con quien no los sabrá apreciar.

En cuanto al cuerpo que amamos, es evidente que no hace falta dejar en él ningún rincón por explorar, porque ese cuerpo amado es cada día un cuerpo nuevo a los ojos y en las manos de quien lo venera. Como si se tratara de un altar pagano ante el que rezar las más profanas oraciones, que a cada plegaria hace germinar en tu interior una luz nueva, así el cuerpo amado es hallazgo y revelación por mucho que conozcamos todos y cada uno de sus recovecos, todas y cada una de sus explosiones de placer. En su piel advertimos siempre matices distintos, que alientan el germen del deseo y lo renuevan.

Dejar algo pendiente: cuadernos por estrenar, vinos por comprar, bromas por hacer… Dejar que las realidades tangibles y los sueños cumplidos no agoten el caudal de nuestros anhelos, sino alimentarlo para que sea insaciable y no perezca jamás en la tela de araña de la monotonía. Tener reservas de sueños por si un año flaquea la capacidad de soñar, se adormecen las ilusiones o aprieta el día a día. De ahí que, en la certeza de que vale la pena gestionar esa parte tan inmaterial de nuestras vidas, os invito a dejar algo pendiente también en este año nuevo que comienza.