Este 2015, que
pinta aún con los colores de la precariedad para muchos y, en general, con un
horizonte poco luminoso para todos, lo empezará mejor quien haya sabido dejar
algo pendiente. Lo empezará con más ilusión, con la agenda menos vacía y con
los deseos a flor de piel. De año en año, dejar algo pendiente consiste en
saber guardar para mañana lo que podrías hacer hoy, pero que en un ataque de
previsión preferimos postergar para un momento mejor, quizás esperando poder sacarle
todo su jugo.
Bien es cierto que
es probable que tan sólo los perfeccionistas conozcamos el placer de dejar algo
pendiente con la consciencia plena de hacerlo, mientras que en los demás se
trate tan sólo de desidia o vaguería. El apático, el caótico o el perezoso
jamás podrán experimentar ese placer intangible. Para ellos dejar las cosas a
medias es lo normal, el pan de cada día. Nosotros no, los perfeccionistas somos
de otra raza: no nos levantamos del sofá hasta haber llegado al final del
capítulo que estamos leyendo, no cerramos el armario hasta haber doblado el
último calcetín y, por supuesto, jamás salimos de casa dejando una lavadora por
tender o una planta por regar.
Y es por ello que
cuando decidimos dejar algo pendiente, lo hacemos sabiendo qué nos traemos
entre manos, pues en nuestros planes no cabe el azar. O mejor dicho, el azar es
un accidente en cuyas redes hacemos lo posible por no caer, sobre todo viendo
lo mal que les sienta a los demás caer en él de bruces. Pobres aquellos que se
quedan sin mesa en el restaurante por no haber reservado o se van de excursión
a la playa en pleno tormentón: ¡con lo poco que cuesta mirar el día antes la
previsión del tiempo!
Dejar algo
pendiente es también un arte que hay que ir refinando. ¿De qué sirve acumular
decenas de planes apetitosos para un futuro lejano, sabedores de que no los
cumpliremos jamás? Los planes pendientes hay que acariciarlos con la debida
periodicidad, sin dejar que enmohezcan a la sombra de los lugares comunes. Tampoco
suena bien ir repitiendo a diestro y siniestro las ganas que tenemos de ir a
Cuba y seguir visitando cada año, con puntualidad estival, las playas de
Fuerteventura. Los deseos y los sueños, como las personas, hay que cuidarlos
bien para que no caigan en la tentación de solazarse en otros brazos.
Si un rincón del
mundo te gusta con fruición, ¡qué placer dejar siempre allí un motivo para
volver, aunque sea un callejón aún ignoto o un pequeño sendero sin hollar! En
un restaurante que te pirra, deja algún plato por probar. En uno de tus museos
predilectos, pasa velozmente por una de las salas, como en un amago de
saltártela, y prométete a ti misma volver. Incluso entre las obras de alguno de
tus autores o autoras preferidos, vale la pena dejar algún libro menor por
leer; no deja de ser un modo de mantener el suspense, de alargar ese inmenso
placer que es leerlo. Es como esa conversación que podría prolongarse hasta el
alba porque se te antoja deliciosa, pero que interrumpes a las dos de la
madrugada para que el buen sabor de boca permanezca y te queden ganas de
repetir charla en tan grata compañía.
Tengo pendientes
viajes, cenas románticas, amaneceres de postal, planes curiosos por lo
inusuales e incluso una visita a un amigo lejano que vive en una ciudad que
añoro: pequeños o grandes instantes de felicidad que no he querido aún gastar,
en la certeza de que merecen ser compartidos por alguien que valga la pena y no
ser vividos con quien no los sabrá apreciar.
En cuanto al cuerpo
que amamos, es evidente que no hace falta dejar en él ningún rincón por
explorar, porque ese cuerpo amado es cada día un cuerpo nuevo a los ojos y en las
manos de quien lo venera. Como si se tratara de un altar pagano ante el que
rezar las más profanas oraciones, que a cada plegaria hace germinar en tu
interior una luz nueva, así el cuerpo amado es hallazgo y revelación por mucho
que conozcamos todos y cada uno de sus recovecos, todas y cada una de sus
explosiones de placer. En su piel advertimos siempre matices distintos, que
alientan el germen del deseo y lo renuevan.
Dejar algo
pendiente: cuadernos por estrenar, vinos por comprar, bromas por hacer… Dejar que
las realidades tangibles y los sueños cumplidos no agoten el caudal de nuestros
anhelos, sino alimentarlo para que sea insaciable y no perezca jamás en la tela
de araña de la monotonía. Tener reservas de sueños por si un año flaquea la
capacidad de soñar, se adormecen las ilusiones o aprieta el día a día. De ahí
que, en la certeza de que vale la pena gestionar esa parte tan inmaterial de
nuestras vidas, os invito a dejar algo pendiente también en este año nuevo que
comienza.