domingo, 13 de octubre de 2013

8. CARTA ABIERTA A JAVIER CERCAS, SUSO DE TORO Y ALGUNOS OTROS

Le copio la fórmula al escritor mallorquín Sebastià Alzamora, que publicó en el diario Ara un artículo titulado precisamente “Carta abierta a Javier Cercas”, en el que respondía a otro que este había publicado bajo el título “Democracia y derecho a decidir” (El País, 13/09/2013). Y es que septiembre ha sido un mes fructífero en esto de que los escritores opinen sobre las aspiraciones soberanistas de Cataluña, pues entre otros lo han hecho también Suso de Toro en “Admiremos a Cataluña” (El diario.es, 12/09/2013), Elvira Lindo en “Un silencio elocuente” (El País, 15/09/2013) e incluso Mario Vargas Llosa en “El derecho a decidir” (El País, 22/09/2013); ¡qué título más original!

Está visto que en septiembre los escritores andan algo extraviados tras el sopor del verano, sin saber muy bien cómo arrancar su faceta de opinadores, y se lanzan a la piscina de la actualidad con energía sin saber si hay agua, de ahí algunos sonoros batacazos como los de Cercas, Lindo y el mismísimo Vargas Llosa, ¡todo un Premio Nobel de Literatura, quién lo diría! Y es que del citado cuarteto, en este tema que nos ocupa, sólo se salva el gallego Suso de Toro, y con nota bien alta: habría que hacerle un monumento al sentido común, mientras que a los demás debiéramos volverles a enseñar la regla de tres, que parecen haber olvidado. Claro que acaso, como digo, septiembre les haya pillado aletargados…

Decía el escritor argentino Rodolfo Walsh (el autor del inmenso relato que es “Esa mujer”): “El campo intelectual es por definición la conciencia. Un intelectual que no comprenda lo que pasa en su tiempo y en su país es una contradicción andante”. Mientras que, a su vez, Sartre afirmaba: “Un intelectual, para mí, es esto: alguien fiel a un conjunto político y social, pero que no deja de cuestionarlo”. Lejos de ansiar que nuestros intelectuales obedezcan consignas de ningún partido, cabecera periodística o canal de televisión, nos encanta que cuestionen hasta la diaria salida del sol; se nos antoja un ejercicio muy saludable para la que se supone es su misión en la sociedad: invitar a la reflexión. Pero de ello a sembrar la confusión, invitar a la falta de raciocinio y ver al demonio allí donde no está, hay un buen trecho.

Dejando aparte que acaso haya temas de mayor enjundia para estrenar temporada, como por ejemplo el horror sirio (¡glups!), la creciente brecha social, la persistencia del maltrato de género o la amenaza real de la ultraderecha en Europa, empezaré diciendo que Alzamora, por cierto de origen almeriense, debe de ser un señor muy educado, pues si tras leer el artículo de Cercas no le retira el saludo, es que o le debe dinero o algo similar. Yo, por el contrario, que en los últimos años he leído con fruición, y sin excepción, todos los libros de Cercas, estoy por colocarlos junto a los Celine. ¡No se asusten, es broma…! Pero el susodicho y sus desacertadas palabras se las traen. Por un momento, leyéndolo, creí estar leyendo al Cela censor o a alguien aún peor.

En el texto en cuestión, Javier Cercas, catalán de origen extremeño, quien fuera largos años profesor en la Universidad de Gerona, acusa de antidemocráticos a los catalanes (y no catalanes) que defienden el derecho a cambiar las reglas del juego democrático en beneficio de una mayor democracia, tratando para más inri a los lectores como si fuéramos unos mentecatos que no sabemos distinguir la tinta del bolígrafo. Escribe Cercas: “la democracia consiste en decidir dentro de la ley, concepto este que, en democracia, no es una broma, sino la única defensa de los débiles frente a los poderosos y la única garantía de que una minoría no se impondrá a la mayoría”; que viene a ser como decir que, en democracia, la obediencia ciega a la ley es lo único que se espera de la ciudadanía. Y escribe también: “es evidente que, con la ley actual en la mano, los catalanes no podemos decidir por nuestra cuenta si queremos la independencia, porque la Constitución dice que la soberanía reside en el conjunto del pueblo español”.

Sólo le faltaba decir que si un edificio se incendia y te pilla dentro, tienes que respetar la salida de emergencia y no salir, contraviniendo la normativa, mismamente por una ventana (y para colmo rompiendo el cristal)… Se ve que a quien eso hiciera el democrático Cercas lo multaría por vandalismo; ¿multaría también a quienes saltaron desde las Torres Gemelas? No coments, aunque sinceramente esperaba mayor enjundia intelectual del autor de Anatomía de un instante, un impecable mecanismo de relojería. Querido amigo Cercas, no me lo explico, o los Premios Nacionales se suben a la cabeza en forma de nubes cegadoras o bien hacen estragos en el hígado. ¡Hágase la luz y te ilumine un poquito, no vaya a ser que te pierdas en los pasillos de la caverna!

Extrañamente el Premio Nobel peruano, que ya en su día aupó Soldados de Salamina, desde sus ya conocidas veleidades políticas salió en su apoyo, diciendo barbaridades como: “Viví casi cinco años en Barcelona, a principios de los setenta –acaso, los años más felices de mi vida- y en todo ese tiempo creo que no conocí a un solo nacionalista catalán. Los había, desde luego, pero eran una minoría burguesa y conservadora sobre la que mis amigos catalanes –todos ellos progres y antifranquistas- gastaban bromas feroces. De entonces a hoy esa minoría ha crecido sin tregua y, al paso que van las cosas, me temo que siga creciendo hasta convertirse –los dioses no lo quieran- en una mayoría”. Igual podría haber dicho que en estas últimas décadas los catalanes nos hemos convertido en gremlins, por no hablar de su ignorancia en términos de cultura catalana, pues el catalanismo, como sabe cualquier medianamente culto, es de recia y antigua raigambre y no sólo burguesa.

Siendo también una buena lectora de Vargas Llosa, se me cayó a los pies. Decía el vate que aquel era el mejor artículo que había leído sobre “el tema catalán” (¡cuál sería el peor!). ¿No hay nadie que le diga a Vargas Llosa que un Premio Nobel no puede ir por la vida escribiendo sandeces? Y peor aún, hablando de “catástrofe”, diciendo que “el nacionalismo está reñido con la libertad del individuo” y que “ahora España es un país libre, donde la libertad beneficia por igual a todos sus ciudadanos y a todas sus regiones”. ¿A qué se refiere, al pernicioso café para todos?

En la misma línea se manifestó Elvira Lindo, que al parecer conoce a un montón de residentes en Cataluña que andan con miedo en el cuerpo no atreviéndose a “disentir” del “fervor mayoritario” y permaneciendo “agazapados hasta que la tempestad amaine”; será que casualmente yo conozco a todos los restantes, que lo exponen a sus anchas en salones, bares, tertulias televisivas y allí donde les viene en gana, pues tienen todo el derecho. Pero lo peor, casi espeluznante, es que compara el ambiente catalán hoy con la “espesura” del País Vasco en los peores años de ETA o con el silencio de la disidencia cubana, siendo Cuba ¡una dictadura! ¡Estamos locos o se le ha subido a Elvira Lindo el tinto de verano!

I’m so sorry, pero despropósitos al margen (de juzgado de guardia), las ideas de Cercas, Lindo y Vargas Llosa me recuerdan demasiado a esos españoles cazurros que llevan décadas diciendo que no pisarán jamás Cataluña porque los catalanes hablamos catalán y cosas peores. Mientras es fácil encontrar catalanes en cualquier punto de España admirando sus bellezas y, cómo no, su excelente gastronomía. Ellos se pierden nuestro pan con tomate, nuestras gambas de Palamós y hasta El Celler de Can Roca. Y la verdad, que se quede sin ellas también el ínclito Vargas Llosa, por amante de Barcelona que sea.

Por suerte, vino el escritor gallego Suso de Toro a insuflar aire fresco (¡bendito sea!). De Toro es un escritor comprometido (Premio Nacional de Narrativa con Trece campanadas) que al parecer ha abdicado de su condición de escritor en activo, cosa que sólo puede evidenciar una enorme salud mental (dado el aluvión de basura literaria que llega a las librerías todas las semanas). Mientras Cercas & Cia vomitaban esas cuatro chorradas de que les hablo, en “Admiremos a Cataluña” Suso de Toro demostró tenerlos bien puestos. Su artículo ha corrido por la Red como la pólvora (incendiando a unos y aliviando a otros, entre los que me cuento); en él venía a decir, alto y claro, lo que muchos estábamos esperando de boca de los intelectuales con espíritu realmente democrático, que quiero pensar son unos cuantos.

Suso de Toro, a quien desde aquí agradezco como catalana orgullosa de serlo sus lúcidas palabras, dijo resumiendo que la democracia no es esto que nos hacen creer que es (y que llevamos mal que bien arrastrando desde la Transición, que como bien sabemos recompuso lo que pudo de una España rota). No, la democracia no es esto, sino lo que debería ser y algunos están empeñados en que jamás sea. Y esa es la cuestión, y no otra, que Cercas & Cia parecen haber pasado por alto: que los catalanes que claman por su independencia (en un número tan elevado que negarles siquiera la opción a votarla sería un sacrilegio) no quieren esta democracia pacata, corta de talla e irrespetuosa para con las diferencias, sino que quieren otra (más participativa, menos sorda, más real, más al servicio de las urgencias y de los cambios). No quieren, no queremos (en eso me incluyo) una democracia que ha llevado a madrileñizar España, y tampoco una España a la que le urge desmadrileñizarse.

Queridos Cercas & Cia, sucede que hace mucho que perdimos el norte de lo que tiene que ser un estado de derecho y el clamor por la independencia catalana (como lo sería cualquier otra reclamación legítima y pacífica de cualquier sector relevante de la población), lejos de ser una ofensa a los títulos y disposiciones de la Constitución Española, es una valiosísima oportunidad para recuperar el espíritu realmente democrático que no debimos dejar que se nos escapara por el sumidero de los pactos políticos, los chanchullos y el poder de don dinero, ese poderoso caballero. Como decía muy bien dicho Suso de Toro en sus declaraciones con mejores palabras que las mías, la actual España es de un españolismo insultante, de un madrileñismo invertebrado (le hago aquí un brindis a don José) y de una falta de respeto para los pueblos históricos que invita al exilio. ¿Por qué pues dejar, desde la inercia, que perviva así por los siglos de los siglos hasta convertirse en una boñiga irrespirable donde sólo habiten las moscas?

No, que un millón de personas haya salido a la calle ya en dos ocasiones (concretamente en dos Diadas), no es una artimaña política para soliviantar a quienes no se atreven a salir más que para condenar la homosexualidad, el aborto o lamentar la pérdida de las colonias o la muerte de Franco (véase el uso que se sigue dando al Valle de los Caídos y véase dónde pacen ahora los ultras que entraron como animales el 11-S en el madrileño Centro Cultural Blanquerna). Ese pacífico movimiento de ciudadanos y ciudadanas que se hace oír es una invitación a la civilización y no a la barbarie, algo que en un país civilizado daría para enjundiosos debates sobre si la jurisprudencia que instamos a respetar es o no la que corresponde; algo que en un país de Arieles y no de Calibanes sería un motivo de superación y no de censura.

Porque yo también creo que es una idea excelente respetar la ley (y los semáforos y las salidas de emergencia…), pero no al precio de no poderla cambiar si esta no resulta útil, ni justa, ni satisfactoria. En un país civilizado y con cierto nivel cultural, ningún intelectual se atrevería a repetir en un periódico de primera categoría lo mismo que un adolescente sumiso adoctrinado por unos padres cuyo único horizonte de expectativas es obedecer ciegamente al papá Estado que le da de comer. O sea que tarjeta roja a Javier Cercas & Cia y tarjeta verde a Suso de Toro, por haber elevado el debate, sacándolo de la ciénaga de supina incultura en que se halla sumido, tan ramplón y tan cerril que deja claro que si las reglas de juego actuales producen debates tan estériles, es evidente que no nos sirven. Cambiémolas, no en beneficio de la independencia catalana sino en beneficio de todos y de todas, para tener un futuro mejor.

Por suerte, escritor no es sinónimo de intelectual… La pregunta entonces es: ¿dónde están los intelectuales?